COMENTARIO
San Juan Bautista es presentado —con una cita de los profetas y también por sus acciones de signo profético— como el nexo de continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: es el último de los Profetas y el primero de los testigos de Cristo. Tal vez el evangelista menciona a Isaías por ser el profeta más importante en el anuncio de los tiempos mesiánicos, pero la cita (vv. 2-3) comienza recogiendo unas palabras de Ml 3,1, seguidas por las de Is 40,3. En todo caso, este texto señala que el Antiguo Testamento, si se entiende a la luz de Jesucristo, es Evangelio: «El Evangelio se refiere en primer lugar a aquel que es cabeza de todo el cuerpo de los salvados, es decir, a Cristo Jesús. (…) El comienzo del Evangelio (…) se refiere a todo el Antiguo Testamento, del que Juan es figura, o a la conexión existente entre el Nuevo y el Antiguo Testamento, cuya parte final está representada precisamente por Juan. (…) Por eso me pregunto por qué los herejes atribuyen los dos Testamentos a dos dioses distintos» (Orígenes, Commentaria in Ioannem 1,13,79-82).
La descripción de la vida sobria del Bautista (vv. 4-6) es acorde con el contenido de su predicación: es necesaria una purificación para recibir al Mesías. La grandeza de Jesús como Mesías la señala Juan cuando no se considera digno de desatarle la correa de las sandalias (v. 7). Si se tiene presente que esta acción se consideraba tan humillante que estaba prohibido exigirla a un esclavo judío, se comprende mejor la expresividad de las palabras del Bautista.
De Juan, el evangelista recuerda, sobre todo, su predicación. El Bautista «predicaba» (cfr v. 4) un bautismo de penitencia, y «predicaba» la llegada de Jesús como alguien «más poderoso que yo» (v. 7), cuyo bautismo será en «el Espíritu Santo». En efecto, el bautismo de Juan suponía reconocer la propia condición de pecador —«confesando sus pecados» (v. 5)—, puesto que tal rito significaba precisamente eso. Esta confesión de los pecados es distinta del sacramento cristiano de la Penitencia. Sin embargo, era agradable a Dios al ser signo de arrepentimiento interior y estar acompañada de frutos dignos de penitencia (Mt 3,7-10; Lc 3,7-9): «El bautismo de Juan no consistió tanto en el perdón de los pecados como en ser un bautismo de penitencia con miras a la remisión de los pecados, es decir, la que tendría que venir después por medio de la santificación de Cristo. (…) No puede llamarse bautismo perfecto sino en virtud de la cruz y de la resurrección de Cristo» (S. Jerónimo, Contra luciferianos 7).