COMENTARIO
En aquel tiempo, los jóvenes judíos piadosos que deseaban profundizar en el conocimiento y práctica de la Ley de Moisés, procuraban ser admitidos entre el grupo de algún maestro o rabino: «Búscate un rabí y te desaparecerán las dudas», decía un adagio rabínico (Pirqué Abot 1,16). En cambio, aquí es Jesús quien llama a algunos, a los que Él quiere (cfr 3,13), para que sean sus discípulos: hace esa llamada con autoridad, y aquellos hombres responden. San Jerónimo, que ofrece unos vibrantes comentarios de estos primeros capítulos del evangelio, atendía aquí a la fuerza de la mirada de Jesús (v. 16; cfr 10,21): «Si no hubiera algo divino en el rostro del Salvador, hubieran actuado de modo irracional al seguir a alguien de quien nada habían visto. ¿Deja alguien a su padre y se va tras uno en quien no ve nada distinto de lo que puede ver en su padre?» (Commentarium in Marcum 9).
Aquellos discípulos responden a la llamada, «al momento» (v. 18), abandonando no sólo lo que estaban haciendo, sino todas las cosas (cfr 10,28). El evangelio sigue siendo actual: Dios pasa junto a nosotros y nos llama. Si no se le responde, Él puede seguir su camino y nosotros perderlo de vista y de nuestra vida.
Sin duda, Jesús conocía a estos discípulos desde tiempo atrás (cfr Jn 1,40-46). San Marcos coloca la llamada a seguirle como primera acción del ministerio de Jesús para señalar la colaboración de los discípulos en la proclamación del Reino y para subrayar que la obra de los Apóstoles, tras la resurrección de Jesús, será la continuación de la obra de Cristo.