COMENTARIO

 Mc 2,13-17 

Se narra aquí escuetamente la vocación de «Leví, el de Alfeo» (v. 14). El primer evangelio, en el pasaje paralelo (Mt 9,9-13), nos precisa que se trata de «Mateo», uno de los Doce Apóstoles (3,18). El hecho de comer juntos tenía una clara significación como muestra de amistad y de comunión entre personas. Los evangelios nos representan a Jesús a la mesa con fariseos (Lc 7,36-50), con sus amigos, como Lázaro de Betania (Jn 12,2), con sus discípulos (3,20) y, aquí, con publicanos y pecadores. Además Jesús utilizó a menudo la imagen del banquete del Reino (Mt 22,1-14; Lc 14,16-24). El sentido del pasaje es diáfano: Jesús no excluye a nadie en su llamada a la salvación: «No he venido para que sigan siendo pecadores, sino para que se conviertan y lleguen a ser mejores» (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum 30,3).

El Señor llama a todos, su misión redentora es universal. ¿Cómo explicar la aparente restricción del Señor, al decir que no ha venido a llamar a los justos? (v. 17). En realidad, no se trata de una restricción. Jesús reprocha a aquellos escribas su actitud orgullosa: se consideraban justos y su complacencia en esa supuesta santidad les alejaba de la llamada a la conversión, ya que pensaban que se salvarían por sí mismos (cfr Jn 9,41). Así se explica este proverbio en boca de Jesús, que, por otra parte, dejó claro en su predicación que «nadie es bueno sino uno solo: Dios» (10,18), y que todos los hombres hemos de acudir a la misericordia y al perdón de Dios para salvarnos, porque todos somos pecadores. Las palabras del Señor han de movernos a rezar por aquellas personas que parece que quieren seguir viviendo en el pecado, como suplicaba Santa Teresa: «¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío: que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a buscar los pecadores. Estos, Señor, son los verdaderos pecadores. No miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros» (Exclamaciones 8).

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