COMENTARIO

 Mc 3,1-6 

Culmina aquí la serie de controversias con escribas y fariseos que se había iniciado en 2,1. Muestran que Jesús y su obra no cuentan sólo con la resistencia de los demonios, tienen también la oposición de los hombres. La contradicción se ha iniciado en 2,6 cuando algunos escribas «pensaban en sus corazones» que Jesús blasfemaba; después le han planteado cuestiones insidiosas (2,16), le han reprochado y le han acusado por la conducta de sus discípulos (2,18.24); ahora le acechan (v. 2), y, finalmente, deciden perderle (v. 6). Por lo demás, este episodio viene a ratificar lo dicho en el anterior: Jesús es «señor del sábado». Es el Mesías con poder divino y lo manifiesta en las curaciones que realiza. Los que levantan acusaciones contra Él no saben leer la evidencia. La actitud hipócrita de fariseos y herodianos —enfrentados socialmente, pero unidos contra Jesús (v. 6; cfr 12,13)— justifica la indignación y la tristeza del Señor.

Los evangelistas nos hablan varias veces de la mirada entrañable de Jesús: al joven rico (10,21), a San Pedro (Lc 22,61), etc. Ésta es la única vez (v. 5) en que se alude a la indignación en su mirada ante la hipocresía (v. 2). A propósito de los sentimientos del Señor, comenta San Agustín: «Estas afecciones, dirigidas y enderezadas por la recta razón hacia su fin propio, ¿quién se atreverá a llamarlas enfermedades del alma o pasiones viciosas? El Señor, que se dignó llevar una vida humana en forma de siervo, pero que carecía totalmente de pecado, hizo uso de ellas cuando juzgó que debía hacerlo. Porque la verdad es que en Él, que tenía verdadero cuerpo y verdadera alma de hombre, no era falso ese afecto. Por eso se dicen cosas verdaderas cuando se cuenta que se contristó con ira por la dureza de corazón de los judíos» (De civitate Dei 14,9,4).

Volver a Mc 3,1-6