COMENTARIO
En contraste con la actitud de quienes acechan al Señor, están las demás personas, verdaderas muchedumbres que acuden a Él, y los espíritus impuros que no tienen más remedio que sometérsele (v. 11). Aquí se narra cómo el anuncio del Evangelio, con obras y palabras, ha traspasado las estrechas fronteras de Galilea y congrega junto a Jesús a multitudes de toda Palestina (vv. 7-8): es un preludio de la universalidad del Evangelio. Las gentes se agolpan en torno al Señor (vv. 9-10), como en una imagen de lo que se repetirá entre los cristianos de cualquier época, porque sólo por la Humanidad Santísima del Señor podemos salvarnos y unirnos con Dios: «Éste es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, Jesucristo, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. Por Él, podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por Él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por Él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por Él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz, por Él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal» (S. Clemente Romano, Ad Corinthios 35-36).