COMENTARIO
Las parábolas del Reino transmiten una fundada esperanza. Es posible que Jesucristo y su obra sean recibidos con hostilidad, que el Reino de Dios parezca poca cosa, o que los frutos se hagan esperar, pero hay dos cosas ciertas: la fuerza intrínseca del Reino y la seguridad del triunfo final. En el curso de estas parábolas es posible vislumbrar el recorrido del Reino de Dios. En efecto, en los inicios de su predicación, Cristo anuncia la llegada del Reino de Dios (1,15). Sin embargo, como muestra la parábola del sembrador, este Reino no se presenta grandioso y avasallador según suponían muchos contemporáneos de Jesús. Nace con la persona y la predicación de Jesús, pero sus frutos dependen también de las disposiciones y de la acogida de los hombres (vv. 14-20). Como enseña la parábola de la medida, es necesario que los discípulos tengamos una actitud vigilante (vv. 23-25), que, como lámparas, no dejemos de ser testigos de la palabra de Dios (vv. 21-22) y que no juzguemos el Reino por la pequeñez de los comienzos, porque, como la pequeña semilla, sin que sepamos cómo, dará fruto (vv. 26-29), un fruto que supera las previsiones que humanamente cabría esperar (vv. 30-32).