COMENTARIO
La actividad de Jesús en Galilea se prolonga ahora con la de los discípulos (6,6-13). Galilea era, en tiempos de Jesús, una región con características étnicas y geográficas peculiares. En sus ciudades convivían judíos y paganos, y las condiciones de vida —trabajo, comercio, etc.— determinaban un estrecho contacto con regiones vecinas pobladas por personas no judías. Con su presencia en estas tierras limítrofes (7,24-8,9), iniciada ya antes (cfr 5,1-20), Jesús está indicando que, aunque su misión se dirige primero a los hijos de Israel (cfr 7,27), su alcance es universal.
De otra parte, las gentes siguen preguntándose quién es Jesús (cfr 6,14-16; 8,27-28). En los pasajes anteriores, el evangelista ha mostrado que los demonios lo saben (cfr 1,24.34; 3,11-12; 5,7), pero Cristo no reconoce su testimonio, porque quiere que sean los hombres quienes le confiesen como Mesías. Cuando eso acontece con la confesión de Pedro (8,29), comienza una nueva fase del evangelio en la que el Maestro adoctrina a sus discípulos sobre el sentido redentor de su mesianismo.