COMENTARIO

 Mc 6,17-29 

Este relato, situado en el marco de la misión apostólica, indica a los lectores del evangelio que la suerte del cristiano será muchas veces semejante a la del Bautista o a la del mismo Cristo: la predicación y el testimonio del Evangelio serán eficaces en muchas almas, pero no por eso el cristiano dejará de estar sometido a las veleidades de los poderosos: «Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en la Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinador de una vida transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad moral, iluminan cada época de la historia despertando el sentido moral» (S. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 93).

San Juan Bautista tiene especial relevancia en la historia de la salvación, porque es el Precursor, encargado de preparar los caminos del Mesías. A pesar de la brevedad de su evangelio, San Marcos nos deja cumplida cuenta del prestigio del Bautista: le tenían por profeta (11,32), por Elías que debía venir antes del Mesías (9,12-13; cfr Mt 17,13) y acudían a él de muchos lugares (1,5). Es lógico que la tradición le tuviera gran veneración y conservara más noticias sobre él: «Cuenta Josefo que Juan había sido conducido preso a la fortaleza de Maqueronte, y que allí fue degollado. La historia eclesiástica cuenta que fue sepultado en Sebaste, ciudad de Palestina, llamada en otro tiempo Samaría. En tiempos del gobernador Juliano, recelando de los cristianos que frecuentaban el sepulcro con piadosa solicitud, los paganos saquearon el sepulcro y dispersaron sus huesos por los campos; y una vez reunidos nuevamente, los quemaron y los dispersaron por los campos» (S. Beda, In Marci Evangelium 2,6,69).

Los Padres de la Iglesia, al comentar la muerte del Bautista, no pasaron por alto la enseñanza ascética del episodio. Herodes admira a Juan y le escucha con gusto (v. 20), pero acaba por decapitarle (v. 27): «Hemos escuchado tres acciones criminales igualmente impías: la infame celebración del cumpleaños, el lascivo baile de la joven, y el temerario juramento del rey; de cada una de las tres debemos aprender a no comportarnos de ese modo. En estas decisiones cayó Herodes porque, o debía perjurar o cometer otro delito peor. (…) Le venció el amor de una mujer y le obligó a poner en sus manos a aquel que sabía que era santo y justo. Porque no supo detener la lujuria incurrió en un delito, y un pecado más pequeño fue el motivo de uno más grande» (S. Beda, Homiliae 2,23).

Volver a Mc 6,17-29