COMENTARIO

 Mc 6,30-44 

Fácilmente, se percibe aquí la intensidad del ministerio público de Jesús. Era tal su dedicación que, por segunda vez (cfr 3,20), el evangelio hace notar que no tenía tiempo ni de comer. Los Apóstoles participan también de esta entrega a los demás: tras las agotadoras jornadas de la misión apostólica, Jesús quiere llevarlos a descansar, pero las muchedumbres no se lo permiten. Los propósitos del Señor no dejan de ser una enseñanza práctica: «El Señor hace descansar a sus discípulos para enseñar a los que gobiernan que quienes trabajan de obra o de palabra no pueden trabajar sin interrupción» (S. Beda, In Marci Evangelium 2,5,31).

La actitud de Cristo en el pasaje de la multiplicación de los panes es ejemplar para el cristiano. Ante la muchedumbre desperdigada se llena de compasión y les da un doble alimento: el espiritual de su enseñanza y el material del alimento corporal. Estas acciones de Jesús son muy significativas, ya que con ellas señala el cumplimiento de las profecías (cfr Ez 34,1-31), según las cuales Dios mismo iba a ser el pastor de su pueblo guiándolo y alimentándolo. Al mismo tiempo, la escena es una figura del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, que se alimenta de la palabra de Cristo y del pan de la Eucaristía: «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n. 21).

La esplendidez del milagro es una muestra de la plenitud mesiánica. Elías dio a la viuda lo que era indispensable para su sustento (1 R 17,13-16). En cambio, Jesús da con generosidad, con abundancia. Sin embargo, Cristo quiso que se recogieran las sobras de aquella comida (vv. 42-44; cfr Jn 6,12), para que aprendamos a no derrochar los bienes que nos da Dios. En ese gesto, los Santos Padres evocan a Moisés que distribuía «el maná» según las necesidades de cada uno, de modo que lo que sobraba se llenaba de gusanos (Ex 16,16-20). La Eucaristía, como alimento para el alma, es y significa un don que Dios nos da «cada día».

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