COMENTARIO

 Lc 21,25-28 

Las desgracias de Jerusalén son señales de cuanto acaecerá antes de la venida del Hijo del Hombre: la creación entera, cielos, tierra y mar, participará de la angustia de las gentes (v. 25), que se debatirán entre la ansiedad y el terror. Pero no va a ser lo mismo para el cristiano, que vivirá esos momentos con la cabeza erguida (v. 28), porque el triunfo de Cristo (v. 27) es el suyo propio. Entonces verá cuán fundada estaba su esperanza cuando pacientemente soportaba las dificultades (21,10-19): «Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas. (…) Que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó» (S. Cipriano, De bono patientiae 13 y 15).

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