COMENTARIO
Lo mismo que en los otros dos sinópticos (cfr notas a Mt 24,32-41; Mc 13,28-37), las palabras finales del discurso versan sobre el momento de la venida de Cristo. Con la imagen de la higuera y los otros árboles (vv. 29-33), el Señor asegura que todo aquello se va a cumplir. Al lector, sin embargo, puede desconcertarle el contenido del v. 32. «Esta generación», en el lenguaje apocalíptico, puede referirse a todo el curso temporal que va hasta el nuevo tiempo, cuando venga el Señor e instaure una nueva vida. También, leída en su contexto, la expresión versa sobre lo que Jesús acaba de responder (v. 31), es decir, sobre las señales visibles que anuncian la ruina de Jerusalén (21,7). Pero los últimos acontecimientos —de los que la ruina de la ciudad es anticipo y símbolo— serán imprevisibles (v. 35). La experiencia de la ruina de Jerusalén debe servir de aviso para estar vigilantes ante la venida imprevisible del «Hijo del Hombre», de modo que nos encuentre dignos. De ahí la exhortación final a velar, llevando una vida sobria (v. 34) y de oración (v. 36) que nos permita estar de pie ante el Señor (cfr 21,28): «Seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve. (…) Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia. (…) Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído» (S. Policarpo, Ad Philippenses 7-8).