COMENTARIO
El relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús posee gran intensidad dramática en todos los evangelios. Al narrar la pasión, Lucas resalta especialmente la misericordia de Jesús que, aun en medio de los sufrimientos, se preocupa de aquellos con quienes se encuentra: cura al siervo herido de espada (22,51), consuela a las mujeres (23,28ss.) y promete el paraíso al ladrón arrepentido (23,43). Tras la resurrección, el tercer evangelio es, de entre los sinópticos, el que relata las apariciones con más detalle. Lucas, a diferencia de los otros evangelistas, cuenta las apariciones en Jerusalén. En esa ciudad se han producido la pasión y la muerte de Cristo y desde allí la salvación se extiende a toda la tierra. Por tanto, Jerusalén más que el lugar del drama de Jesús es el lugar de la salvación.
La lectura de estos capítulos ha sido siempre para los cristianos motivo de meditación y de conversión: «Llamo yo meditación a discurrir mucho con el entendimiento de esta manera: comenzamos a pensar en la merced que nos hizo Dios en darnos a su único Hijo, y no paramos allí, sino vamos adelante a los misterios de toda su gloriosa vida; o comenzamos en la oración del Huerto y no para el entendimiento hasta que está puesto en la cruz; o tomamos un paso de la Pasión, digamos como el prendimiento, y andamos en este misterio, considerando por menudo las cosas que hay que pensar en él y que sentir, así de la traición de Judas, como de la huida de los apóstoles y todo lo demás; y es admirable y muy meritoria oración. (…) Porque entiende el alma estos misterios por manera más perfecta: y es que se los representa el entendimiento, y estámpanse en la memoria de manera que de sólo ver al Señor caído con aquel espantoso sudor en el Huerto, aquello le basta para no sólo una hora, sino muchos días, mirando con una sencilla vista quién es y cuán ingratos hemos sido a tan gran pena; luego acude la voluntad, aunque no sea con ternura, a desear servir en algo tan gran merced y a desear padecer algo por quien tanto padeció y a otras cosas semejantes, en que ocupa la memoria y el entendimiento» (Sta. Teresa de Jesús, Moradas 6,7,10-11).