COMENTARIO
En el huerto, Jesús expresa su aceptación de la muerte afrentosísima en cumplimiento del designio de Dios. La oración de Jesús se debió de prolongar largo tiempo, aunque San Lucas sólo recoge los momentos más trascendentales. Prácticamente en cada versículo hay una mención de la oración; el pasaje se inicia y se termina con la recomendación de Jesús de orar para no caer en tentación; finalmente, Jesús mismo nos da ejemplo pues al entrar «en agonía oraba con más intensidad» (v. 43). La oración del Señor es así una lección perfecta de abandono y de unión con la voluntad de Dios: «¿Estás sufriendo una gran tribulación? —¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén.” Yo te aseguro que alcanzarás la paz» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 691).
La oración es intensa, pero la congoja no lo es menos. La angustia es tal que Jesús es confortado por un ángel y llega a sudar sangre (vv. 43-44); la Humanidad de Cristo aparece aquí en toda su capacidad de sufrimiento: «El miedo a la muerte o a los tormentos nada tiene de culpa, sino más bien de pena: es una aflicción de las que Cristo vino a padecer y no a escapar. Ni se ha de llamar cobardía al miedo y horror ante los suplicios» (Sto. Tomás Moro, La agonía de Cristo, ad loc.).
Como en todo, también aquí, con sus gestos, el Señor es modelo para nosotros: «Fue oportuno que el buen Maestro y Salvador verdadero, compadeciéndose de los más débiles, hiciera ver en su propia persona que los mártires no debían perder la esperanza si por casualidad llegaba a insinuarse en sus corazones la tristeza en el momento de la pasión, como consecuencia de la fragilidad humana —aunque ya la hubieran superado al anteponer a su voluntad la voluntad de Dios—, puesto que Él sabe qué conviene a aquellos por quienes mira» (S. Agustín, De consensu Evangelistarum 3,4).