COMENTARIO
Los dos primeros evangelios (cfr Mt 26,57-75; Mc 14,53-72 y notas) relatan en contraste los interrogatorios a Jesús y a Pedro. La narración de Lucas sigue un orden más lógico en lo que se refiere a la cronología de los acontecimientos: por la noche Jesús es llevado a casa de Caifás donde, mientras Pedro le niega, los criados le afrentan; a la mañana siguiente (v. 66) se reúnen en el Sanedrín y le condenan a muerte. De los acontecimientos de la noche, Lucas es el único evangelista que recuerda la mirada del Señor a Pedro (v. 61) que provocó su contrición. La mirada de Cristo, frecuentemente descrita en el evangelio (5,20.27; 6,10.20, etc.), ha sido motivo de meditación para los santos: «Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, bien mío, queréis mirar con amor. Paréceme que una sola vez de este mirar tan suave a las almas que tenéis por vuestras, basta por premio de muchos años de servicio» (Sta. Teresa de Jesús, Exclamaciones 14). Las lágrimas de Pedro (v. 62) son la reacción lógica de los corazones nobles, movidos por la gracia de Dios. En la doctrina de la Iglesia se denomina contrición del corazón: «Un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar» (Conc. de Trento, De Paenitentia, cap. 4).
Frente a las lágrimas de quien tiene fe, la frialdad de quien no la tiene (vv. 66-71). Las acusaciones del Sanedrín son tan inconsistentes que no pueden ofrecer un pretexto razonable para condenarlo. Pero obtienen del Señor una declaración comprometedora. Jesús —aun conociendo que con su repuesta les ofrece el pretexto que buscan— afirma con toda gravedad no sólo que es el Cristo (cfr Dn 7,13-14), sino que es el Hijo de Dios. Los sanedritas captan la contestación de Jesús pero piden su muerte: debe morir por blasfemo. Para aceptar la confesión de Jesús les era necesaria una fe que no tenían (vv. 67-68).