COMENTARIO
Al narrar el encuentro de los primeros discípulos y Jesús se señalan varios de sus títulos: Rabbí (Maestro), Mesías (Cristo), Hijo de Dios, Rey de Israel, Hijo del Hombre. El conjunto de todos ellos manifiesta que Jesús es el Mesías prometido en el Antiguo Testamento y reconocido por la Iglesia. «El Apóstol Juan, que vuelca en su Evangelio la experiencia de toda una vida, narra aquella primera conversación con el encanto de lo que nunca se olvida. Maestro, ¿dónde habitas? Díceles Jesús: Venid y lo veréis. Fueron, pues, y vieron donde habitaba, y se quedaron con Él aquel día. Diálogo divino y humano que transformó las vidas de Juan y de Andrés, de Pedro, de Santiago y de tantos otros, que preparó sus corazones para escuchar la palabra imperiosa que Jesús les dirigió junto al mar de Galilea» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 118).
El evangelista destaca cómo el encuentro de algunos discípulos con Jesús se produce por la mediación de quienes ya le siguen. Éste es el apostolado cristiano. San Juan Crisóstomo, comentando el v. 41, enseña: «Esa frase es expresión de un alma que ardientemente deseaba la venida del Mesías y que exulta y se llena de alegría cuando ve la esperanza convertida en realidad y se apresura a anunciar a sus hermanos tan feliz noticia» (In Ioannem 19,1).
«Te llamarás Cefas» (v. 42). Poner el nombre equivalía a tomar posesión de lo nombrado (cfr Gn 17,5; 32,29). «Cefas» es transcripción griega de una palabra aramea que quiere decir piedra, roca, y, a partir de ese momento, Pedro. De aquí que, escribiendo en griego, el evangelista haya explicado el significado del término empleado por Jesús. Cefas no era nombre propio, pero Jesús lo impone al Apóstol para indicar la función de Vicario suyo, que le será revelada más adelante (cfr Mt 16,16-18).
«Sígueme» (v. 43) es el término usual de Jesús para llamar a sus discípulos (cfr Mt 4,19; 8,22; 9,9; etc.). En vida de Jesús la invitación a seguirle implicaba acompañarle en su ministerio público, escuchar su doctrina, imitar su modo de vida… Una vez que Jesús está en los cielos, el seguimiento se debe traducir en vivir según la vida de Cristo, haciendo nuestros sus mismos sentimientos: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20).
Las cosas aún mayores (vv. 50-51) hacen pensar en la glorificación de Jesucristo. Evocando el sueño de Jacob, en el que el patriarca ve una escala que unía el cielo y la tierra por la que bajaban los ángeles de Dios (Gn 28,12), y la figura del Hijo del Hombre del libro de Daniel (Dn 7,13), se alude ya a que la glorificación de Cristo se llevará a cabo mediante su muerte en la cruz (cfr 12,23; 13,31): Jesús con su muerte es juez que juzgará al mundo (Hijo del Hombre), y camino de salvación (escala) por el que los hombres podemos llegar al Cielo.