COMENTARIO

 Jn 4,46-54 

En esta primera sección Juan ha querido narrar los milagros de Jesús en Caná de Galilea. En el primero de ellos, el prodigio hizo surgir la fe en Él (cfr 2,1-11); en este segundo, el funcionario real —quizá un pagano de la corte de Herodes Antipas— cree en la palabra de Jesús antes de ver el milagro. Aunque imperfecta, la fe del funcionario había sido suficiente para recorrer los 33 km que separan Cafarnaún de Caná; y, no obstante su elevada posición, se había acercado al Señor pidiendo ayuda. A Jesús le agrada la perseverancia y la humildad de este hombre.

Los Santos Padres comparan este milagro al del siervo del centurión (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10), resaltando la fe sorprendente que desde el primer momento manifiesta el oficial romano, en contraste con la imperfecta fe inicial de este funcionario de Cafarnaún. San Juan Crisóstomo comenta: «Allí [en el caso del centurión romano], la fe era ya robusta, por eso Jesús prometió ir para que nosotros aprendamos la devoción de aquel hombre; aquí la fe era todavía imperfecta, y no sabía con claridad que Jesús podía curar estando lejos: así que el Señor, negándose a bajar, quiso con esto enseñar a tener fe» (In Ioannem 35).

El Señor pide que la fe en Él no busque en primer lugar milagros, sino que sea aceptación de sus palabras. Los milagros son una llamada a la fe y un motivo de credibilidad. En nuestro tiempo, en el que también se dan milagros, éstos son un signo de la misericordia de Dios y una llamada a confiar en su poder.

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