Exhortaciones de santos a la humildad
San Gregorio Magno
Sepan los humildes que nuestro Redentor se humilló a sí mismo, haciéndose obediente al Padre hasta la muerte; sepan los soberbios que de su capitán está escrito: Él es el rey de todos los hijos de la soberbia. Por tanto, la soberbia del diablo fue la causa de nuestra ruina, y el fundamento de nuestra redención fue la humildad de Dios. Pues nuestro enemigo, criatura como las otras, quiso mostrarse más soberbio que todas; en cambio, nuestro Redentor, el mayor entre todas las cosas, se dignó hacerse el más pequeño de todos. Dígase, pues, a los humildes, que, al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con Dios; y dígase a los soberbios que, al par que ellos se engríen, descienden, a imitación del ángel apóstata. Y, en verdad, ¿qué cosa hay más baja que la soberbia, que cuanto más se levanta, más se aleja de la cima de la verdadera elevación? ¿Y qué hay más sublime que la humildad, que cuanto más se abaja más se allega a su Autor, que mora en lo más alto?
Past., parte III, Adm. XVIII.
San Ambrosio
Estas dos virtudes, es decir, la humildad y la caridad, son tan indivisibles y tan inseparables, que el que se establece en una de ellas de la otra forzosamente se adueña, porque así como la humildad es una parte de la caridad, así la caridad es una parte de la humildad. Y así si nos paramos a mirar las cosas que el Apóstol llamó estériles sin el bien de la caridad, observamos que esas mismas son también infructuosas si falta la verdadera humildad. Y en verdad, ¿qué fruto puede dar la ciencia con la soberbia, o la fe con la gloria humana, o la ostentación con la limosna, o el martirio con el orgullo? Por lo cual, ya que lo mismo la humildad que la caridad tienden a derribar a la soberbia, valga de la una lo que se ha dicho de la otra.
Epist., lib. X, Ad Demetriadem
San Agustín
Con la humildad se conserva la caridad, ya que no hay cosa que más pronto la viole que la soberbia. Por esto, el Señor no dijo: “Tomad mi yugo y aprended de mi, que he resucitado cadáveres de cuatro días y expulso de los hombres los demonios, curo las enfermedades y hago otras maravillas semejantes, sino que dijo: Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, porque esos milagros son signos de cosas espirituales, mientras que el ser manso y humilde es la custodia de la caridad.
In Exposit. Epist. ad Gálatas
San Jerónimo
El que sabe que es ceniza y tierra, y que se convertirá muy pronto en polvo, no puede jamás ensoberbecerse. Y quien, después de haber considerado la eternidad de Dios, reflexione sobre este breve espacio -casi un punto en el espacio-, que es la vida humana, tendrá siempre ante los ojos la muerte y será humilde y sumiso. Porque este cuerpo corruptible pesa sobre el alma, y nuestro espíritu, vuelto a muchas cosas, se ve oprimido por este habitáculo terreno. Por lo cual, digamos con toda humildad. Señor, no se ensoberbece mi corazón, ni son altaneros mis ojos, ni corro tras de grandezas ni de cosas demasiado altas para mí. La humildad no debe estar tanto en las palabras como en la mente; debemos estar convencidos en nuestro interior que somos nada y que nada valemos.
In Exposit. Epist. ad Ephes., cap. IV
San Basilio Magno
Hijo mío, atiende a la humildad, que es la virtud más sublime y la escalera para subir a la cima de la perfección; porque los propósitos sólo se cumplen por humildad, y las fatigas de muchos años por la soberbia quedan reducidas a la nada. El hombre humilde es semejante a Dios, y lo lleva consigo en el templo de su pecho; el soberbio es odioso a Dios, y se asemeja al demonio. El humilde, aunque externamente parezca ruin y despreciable, resplandece por sus virtudes, y el soberbio, aunque parezca hermoso y diáfano a los ojos de los que le contemplan, sin embargo, sus obras proclaman su insignificancia, y la soberbia se le nota en la manera de andar o en cualquiera de sus movimientos, y su ligereza la denuncia bien a las claras su conversación. Anda siempre mendigando las alabanzas de los hombres, y, siendo pobre en toda suerte de virtudes, pretende aparentar que las tiene en abundancia. No puede estar sujeto a nadie, aspira siempre a ser el primero, y hace todo lo que está de su mano para elevarse a mayor altura; lo que no puede obtener por sus méritos lo usurpa con su ambición. Está siempre lleno de aire como un odre, y en cualquiera de sus acciones es tan voluble, que parece una nave sin piloto que es juego de las olas. El humilde, por el contrario se mantiene alejado de los honores terrenos, y se tiene por el último de los hombres; aunque exteriormente parezca poca cosa, es de gran valor ante Dios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor le ha mandado, afirma no haber hecho nada, y anda solícito por esconder todas las virtudes de su alma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras, da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta y le concede todo lo que le pide en su oración.
Admonitiones ad filios spirit.
Anónimo
El pobre de espíritu es humilde de corazón; es pobre de espíritu el que se tiene en poco; en cambió, es rico de espíritu el que se estima en mucho y no cumple el mandato de Cristo que dice: Si no os hacéis como este niño, no entraréis en el reino de los cielos.
Porque el que se ha hecho ya niño es pobre de espíritu. Y, aunque según el testimonio de Cristo y el del Apóstol, la plenitud de la ley es el amor, sin embargo, la raíz del amor es la humildad y la madre del odio es la soberbia. Así pues, el principio de todo bien es la humildad y el de todo mal es la soberbia.
San Juan Damasceno
He aquí cuál es el fundamento de la humildad: tenerse por un pecador y creerse incapaz de hacer nada bueno delante de Dios. He aquí cuál es la práctica de la humildad: el amor al silencio, no medirse con nadie, no contradecir, estar sujeto, mirar al suelo, tener ante les ojos la muerte, aborrecer la mentira, huir del hablar vano y soberbio, no oponerse a los mayores, no ser obstinado en los propios juicios, sufrir las injurias, odiar el vicio, no rehuir los trabajos y estar siempre con ánimo vigilante. Hermano mío, procura observar diligentemente estos preceptos si no quieres que tu alma se convierta en cubil de las más viciosas aficiones: esfuérzate en cumplir cada uno de ellos para que no se convierta en algo vacío y estéril el breve curso de tu vida.
Sacra Parallela, lib. III, cap. LXXXIV
San Anselmo
La verdadera humildad de los fieles es ésta: no ensoberbecerse de nada, no murmurar de nadie, no ser desagradecido, no lamentarse ni quejarse. Siempre y en todo dad gracias a Dios por todo lo que os suceda.
Comm. in I Tress., cap. V
San Bernardo
Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles... El justo florecerá como el lirio. ¿Y quién puede ser justo sin ser humilde? Cuando el Señor se inclinó bajo las manos de San Juan Bautista, que no era sino su siervo, y este, con veneración a tan soberana Majestad, se resistía a bautizarle le dijo: déjame obrar ahora, que así conviene que cumplamos toda justicia; fundando, sin duda, la consumación de la justicia en la humildad. El justo, pues, es humilde; el justo es el valle. Y nosotros si somos hallados humildes, germinaremos también como el lirio y floreceremos eternamente en la casa del Señor. ¿No mostrará Él que es verdaderamente lirio cuando transforme el cuerpo de nuestra humildad y lo haga semejante al suyo glorioso?” No dice nuestro cuerpo sino el cuerpo de nuestra humildad, significando que solamente los humildes serán esclarecidos y revestidos de la blancura maravillosa del lirio. Y basta lo dicho para inteligencia de las palabras del Esposo en que dice ser Él la flor del campo y el lirio de los valles.
Super Cántica, Serm. 47
San Francisco de Sales
La verdadera humildad no muestra que lo es, ni anda diciendo palabras humildes, porque no sólo desea ocultar las otras virtudes, sino principalmente ocultarse a sí misma, y si le fuese lícito mentir, fingir o escandalizar al prójimo, prorrumpiría en acciones arrogantes y altivas, para encubrirse con ellas y vivir enteramente desconocida y oculta. Por tanto, mi sentir es que, o no digamos palabras humildes, o las digamos de todo corazón, pensando interiormente lo mismo que exteriormente pronunciamos: no bajemos los ojos sin humillar al corazón al mismo tiempo: no demos a entender que queremos el último lugar sin quererlo verdaderamente... El verdadero humilde más quiere que otro diga que es miserable, que es nada, que nada vale, que no decirlo él mismo; o por lo menos cuando sabe que lo dicen así, no lo contradice, sino que de buena gana se conforma; porque como lo cree firmemente, se alegra de que sigan su opinión.
Introd. a la vida devota, parte III, cap. V
San Alfonso María de Ligorio
Si recibes alguna afrenta, súfrela con paciencia, a fin de que te sirva para aumentar tu amor por quien te menosprecia. Esta es la piedra de toque para saber si una persona es humilde y santa. Si se rebela, aunque hiciese milagros, sería como una caña movediza. Decía el Padre Baltasar Álvarez que cuando llegan las humillaciones es el momento de ganar preciosos tesoros. Ganarás más si recibes con paz un desprecio que diez ayunos a pan y agua. Son buenas las humillaciones con que probamos a los demás, pero mucho mejor es aceptar las humillaciones que nos hacen, porque en éstas hay menos nuestro y más de Dios; de aquí que nos reporten mayores beneficios si las sabemos sufrir. Porque ¿qué sabe hacer un cristiano si no sabe sufrir un desprecio por Dios? ¡Cuántos desprecios sufrió Jesucristo por nosotros: bofetadas, burlas, azotes, salivazos! Si amásemos a Jesucristo no nos quejaríamos de las afrentas, sino que nos gloriaríamos en ellas por amor de Jesucristo.
Obras espirituales
Tomás de Kempis
Ayuda mucho a vivir con mayor humildad, que otros conozcan nuestros defectos y los reprendan. Cuando un hombre se humilla por sus defectos, fácilmente aplaca a los demás y con poca dificultad satisface a los que están irritados contra él. Dios defiende y saca libre al humilde, lo ama y le consuela, se inclina hacia él, le concede abundantes gracias y después de su abatimiento le levanta a gran honra. Le descubre sus secretos, le atrae dulcemente hacia sí y le convida. El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque descansa en Dios y no en el mundo. No pienses haber aprovechado algo si no te estimas por el más pequeño de todos.
Imitación de Cristo, lib. II, cap. 2
Cardenal Juan Bona
Es común sentir de los teólogos que tendrá más lumen gloriae el que tenga mayor caridad. Esta gloria sólo se dará a los humildes de corazón, ya que la verdadera caridad se adapta a las cosas humildes para ascender a las elevadas. Pero ¿por qué te ensoberbeces en medio del fasto mundano tú que eres polvo y ceniza, masa de podredumbre, pasto de gusanos? Conócete muy bien a ti mismo si quieres avergonzarte y llenarte de confusión. De todos los males, la raíz es la soberbia; de todos los bienes, la raíz es la caridad; pero ésta no la podrás plantar si no has arrancado aquélla. Para desarraigarla sírvete de la caridad, que es la única que te puede enseñar cómo resistir al espíritu de soberbia. Podrás hacer frente a la soberbia si ocultas tus virtudes y pones de manifiesto tus defectos. Pon mucho cuidado en esto; que la soberbia está precisamente en no poder sufrir que otro te diga lo que tú de buen grado dirías de ti mismo.
De Art. Dic. Am., cap. 19
P. Paolo Segneri
Si alguno cree ser algo, se engaña a sí mismo, pues es nada. Si se entendiesen bien estas palabras que el Apóstol propone a tu consideración, la vanagloria habría desaparecido del mundo. ¿Por qué será que la gente se ensoberbece cada vez más? Superbia eorum qui oderunt te ascendit semper. Porque la ceguera les impide conocerse a sí mismos. Creen que son algo y no son nada. Y esas palabras van dirigidas a todos. Si alguno, el que sea, si alguno cree ser algo, no dice algo grande, sino simplemente algo; si alguno cree ser algo, se engaña a sí mismo, pues es nada. Esta es, pues, la gran verdad de que te has de convencer: que tú por ti mismo no eres nada: nihil es. ¿Y por qué? Porque tú de ti mismo no tienes nada, a excepción del pecado, que es el peor mal. Todo lo que posees fuera del pecado es de Dios. Para conseguir la verdadera humildad hay que abismarse en este conocimiento. Porque, aunque la esencia de la humildad está en la voluntad que se abaja modestamente, sin embargo, la voluntad se abaja siguiendo la dirección y en la medida que le señala el entendimiento.
Man. dell’an., XI, Agost.
San Vicente de Paúl
Cuando alguien te alabe y te honre, únete a los desprecios, a las burlas, a las afrentas que sufrió el Hijo de Dios. Ten por cierto que un alma verdaderamente humilde halla ocasión de humillarse tanto en los desprecios como en las alabanzas, y hace como la abeja que va elaborando su miel, no del rocío caído sobre el ajenjo, sino del que ha bañado a la rosa.