Letanía de la humildad
Que el Cardenal Merry del Val solía recitar después de celebrar la Santa Misa.
Oh Jesús, manso y humilde de corazón,
R/. Escucha mi plegaria.
Del deseo de sentirme apreciado,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de sentirme amado,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de ser ensalzado,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de ser elogiado,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de ser alabado,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de ser preferido,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de ser consultado,
R/. Líbrame Jesús.
Del deseo de ser aplaudido,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor a la humillación,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor al desprecio,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor al reproche,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor a la calumnia,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor al olvido,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor al ridículo,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor al agravio,
R/. Líbrame Jesús.
Del temor al recelo,
R/. Líbrame Jesús.
Que los demás sean más amados que yo,
R/. Ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás sean más apreciados que yo,
R/. Ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás crezcan y yo disminuya a los ojos del mundo,
R/. Ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás sean alabados y yo pase oculto,
R/. Ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás sean preferidos a mí en todo,
R/. Ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás sean más santos que yo, siempre que yo alcance la santidad que Tú quieres,
R/. Ayúdame, Jesús, a desearlo.
Acerca de esta oración
Tomado de la biografía del Cardenal Rafael Merry del Val "¡Dame almas!" de Alberto José González Chaves
Humildad de corazón
Sí… ya sé lo que está usted esperando. Aquello por lo que, casi únicamente, muchos conocen a Merry del Val. Aquella oración, sencillamente impresionante, receta infalible para ser santos, que él recitaba diariamente al terminar el Santo Sacrificio. Aunque la he rezado veces, pobre de mí, cientos de veces, nunca me parece que la rezo de veras, aunque lo deseo. Es dura esta plegaria, escalofriante, para decirla de corazón. Resuena en ella, sin ruido, la voz de Jesús crucificado que calla y perdona. Hay que rezarla con lo que san Ignacio llama deseo de deseo; o sea, queriendo, al menos, desear lo que pedimos, aunque repugne a la sensibilidad. Hay que rezarla suplicando al Espíritu Santo que, si no los tenemos, infunda en nuestras almas los sentimientos de la oración..., los sentimientos de Rafael Merry del Val:
Oh Jesús, manso y humilde de corazón, ¡escuchadme!
Del deseo de ser estimado ¡Líbrame, Jesús!
Del deseo de ser amado...
Del deseo de ser elogiado...
Del deseo de ser honrado...
Del deseo de ser alabado...
Del deseo de ser preferido a los otros...
Del deseo de ser consultado...
Del deseo de ser aprobado...
Del temor de ser humillado...
Del temor de ser despreciado...
Del temor de sufrir repulsas...
Del temor de ser calumniado...
Del temor de ser olvidado...
Del temor de ser ridiculizado...
Del temor de ser injuriado...
Del temor de ser considerado sospechoso...
Que los otros sean más estimados que yo ¡Jesús, dadme la gracia de desearlo!
Que los otros sean más amados que yo...
Que los otros puedan crecer en la opinión del mundo y que yo pueda disminuir...
Que los otros puedan ser empleados en cargos, y se prescinda de mí...
Que los otros puedan ser ensalzados y a mí no se me atienda...
Que los otros puedan ser preferidos a mí en todo...
Que los otros puedan ser más santos que yo, con tal que yo lo sea en cuanto puedo...
El cardenal Merry del Val rezaba estas letanías después de comulgar, a diario. Las había hecho suyas. ¿Las escribió él, íntegramente? ¿Son suyas, de nuevo cuño, absolutamente originales? En principio, no tendríamos por qué pensar otra cosa: como de él han corrido desde que se conocen. Pero, en cualquier caso, lo que realmente nos interesa es que las vivió. Rafael Merry del Val había asimilado la lección del buen Jesús a los hombres: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”, y le había pedido, y lo había obtenido, ser manso y humilde de corazón como Él.
La primera parte de las Letanías suplica la liberación de los deseos negativos para el crecimiento espiritual; en la segunda, el alma pide ser rescatada de los temores con que la paraliza constantemente su amor propio. La tercera parte, si cabe, va más allá; al menos a mí me parece que encierra mayor heroísmo, porque expresa, con sinceridad insobornable, deseos positivos que hay que haber ponderado mucho antes de formular. Sobre todo, el último ruego: Que los otros puedan ser más santos que yo, con tal que yo lo sea en cuanto puedo... Para escribir esto y atreverse a pedirlo… hay que saber teología, porque se trata de no quedarse un ápice por debajo del grado de gloria a que Dios nos haya destinado desde toda la eternidad, conociendo, empero, que ni en el cielo ni en el mundo de las almas existe esa disparatada igualdad que hoy se presenta como desideratum maximum, y en cuya pretensión está el germen de todas las revoluciones. Pero, sobre todo, para rezar así, hay que saber a qué sabe Dios.
El manuscrito de las Letanías de la humildad que se conserva entre los legajos del entonces jovencísimo monseñor Rafael Merry del Val, es de febrero de 1895, a sus treinta años, justo el año en que realizó su impecable informe sobre las ordenaciones anglicanas, que tantos elogios le valdría… ¡también del papa! Ya había sido delegado apostólico en Austria-Hungría. Dos años después, en 1897, cuando Merry del Val sólo tenía treinta y dos, tuvo lugar su nombramiento papal como prelado doméstico, y su envío a la importante misión diplomática en Canadá. En tales coyunturas, asustado de su previsiblemente imparable cursus honorum el incipiente joven monseñor comenzase a recitar esta oración, compuesta acaso sobre la apoyatura de un material previo, propio o ajeno, en todo caso ignoto. Tal base habría sido enriquecida y posteriormente divulgada como la plegaria que conocemos, absolutamente nueva y rompedora, que no tardó, tras la muerte del cardenal, en correr con patente de corso por ambientes piadosos.
Más que su proceso redaccional, su origen remoto o próximo, o su veloz difusión, lo que me importa de estas que se han venido llamando hasta hoy Letanías de la Humildad, lo que me interesa, interpela y edifica de esta inédita y novísima plegaria es que Rafael Merry del Val la rezó diariamente y, sobre todo, que diariamente se esforzó en vivir lo que en ellas pedía cada mañana, después de haber celebrado el Santo Sacrificio, y comulgado en él la Víctima divina, Jesucristo, inmolado en obediencia humilde y silenciosa al Padre. En estas Letanías está todo entero el venerable cardenal, del que, a estas alturas, somos ya íntimos amigos y quisiéramos ser también aprovechados discípulos.
En estas asombrosas y escalofriantes Letanías está el diplomático y eclesiástico, precisamente porque en estas Letanías, a un tiempo estremecedoras y serenantes, está el hombre, sobre todo eso: nada menos que todo un hombre, tan grande y tan pequeño, tan príncipe y tan pobre, tan serio y tan sonriente, tan esclavo por fuera y tan libre por dentro, tan verdadero por tan humilde.