Los grados de la humildad - Fray Luis de Granada
DE LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
Aunque este libro principalmente trata del amor de Dios, no se puede dejar de tocar en otras virtudes que señaladamente ayudan a alcanzar este amor. Entre las cuales no tiene el postrer lugar la humildad, que es fundamento de todas las virtudes y aparejo para recebir todas las gracias. Lo cual nos enseñan todas las Escrituras así del viejo como del nuevo Testamento, que prometen estas gracias, unas veces a los humildes, otras a los pequeñuelos, otras a los pobres de espíritu (llamando por estos y por otros tales nombres a los verdaderos humildes) diciendo que Dios resiste a los soberbios, y que a los humildes da su gracia. La razón desto es, porque el verdadero humilde, cuanto más se conosce, tanto más se encoge, y se humilla, y desconfía de sí, y de aquí toma motivo para poner toda su confianza en Dios, con lo cual se dispone y da lugar para que obre en él. Y por la misma razón se dice que la humildad es fundamiento de todas las virtudes y de todo el edificio espiritual, porque para fundar bien una casa es necesario abrir primero los cimientos, y echar fuera todo lo movedizo, hasta llegar a lo firme, para edificar sobre ello. Pues esto pertenesce a la humildad, la cual echa fuera todo lo movedizo (que es la flaqueza de las fuerzas humanas) y funda sobre Dios, que es la piedra firme, sobre la cual está seguro el edificio. Digo esto, porque algunos hay que deseando aprovechar en el camino de las virtudes, tácitamente y casi sin sentirlo presumen y confían en sí mismos, unos en la delicadeza de su ingenio, otros en su buena condición, otros en sus letras y sabiduría, otros en su buen natural, otros en su casta y nobleza, otros en los maestros con que han aprendido, otros en la buena compañía con que han tratado, y otros en la buena criación que han tenido, paresciéndoles que estas cosas los harán más excelentes en el estudio de la virtud, que los otros que destas partes carescen. Verdad es que todas estas cosas, cada cual en su manera, ayudan a la virtud, mas sin la gracia todo esto es humo. Por dónde los que por estas cosas presumen de sí más que los otros, y se prometen mayores cosas que ellos, sepan que edifican sobre arena, porque todo esto es movedizo y en comparación de la divina gracia es como nada. Y por tanto quien quiere que su edificio sea firme, no confíe en esto movedizo, sino funde sobre solo Dios, que es aquella piedra angular que dice el Apóstol, sobre quien se funda este espiritual edificio. Lo cual pertenesce a las virtudes de la humildad y de la confianza, la una de las cuales desconfía de sí, y la otra confía en Dios, y así una y otra fundan este edificio y dan lugar a Dios para que more y obre en él.
Y para que mejor esto se entienda, es de saber que por parte de Dios no tienen límite sus gracias y misericordias, porque así como él es infinitamente bueno, así es infinitamente dadivoso y comunicativo de sí mismo y de sus cosas. Y si en este grado no se comunica, no es por falta suya, sino del vaso, que no es capaz de más. De manera que su misericordia es como aquel olio de la viuda del profeta Elíseo, el cual nunca dejó de correr, sino porque faltaron los vasos en que lo recebir. Pues tal es el olio de la divina misericordia, que por sí no se limita, sino por parte del subjecto a quien se comunica: el cual cuanto mayor lugar apareja para este sagrado olio, mayor cuantidad recibirá. Y si me preguntares con qué se apareja este lugar, respondo que con todas las virtudes, mas especialmente con éstas que decimos, que son la humildad y confianza, porque con la una se vacía el hombre de sí mismo, desconfiando de sí, y con la otra atrae a sí a Dios, confiando en él: y desta manera la una y la otra le hacen la cama y aparejan este lugar.
Pues para alcanzar perfectamente la primera destas dos virtudes, que es la humildad, es necesario alcanzar todos los grados della. Los cuales aunque diversos doctores pongan de diversas maneras, pero aquí señalaremos seis muy principales. Entre los cuales el primero es conoscer el hombre que todo lo bueno que hay en él (si algo hay) es de Dios. Porque así como todos los bienes de naturaleza que tenemos, son suyos, así también lo son los de gracia: y tanto más éstos, cuanto son.mayores. Por dónde así como nadie puede dar un paso ni hacer una obra natural sin el concurso de la primera causa, que es Dios, así tampoco puede hacer obra sobrenatural (que es obra de gracia) sin que obre juntamente con él la primera causa sobrenatural, que es el mismo Dios. De donde se infiere que así todo lo gratuito como lo natural se ha de referir a su misma fuente, que es Dios, de quien todo bien procede, y mucho más lo que es mayor bien. Por dónde se ve claro cuán locos son los que atribuyendo a Dios las obras de naturaleza, atribuyen a sí las obras de la gracia, siendo éstas sin comparación más excelentes, tomando para sí lo que es más, y dejando a Dios lo menos.
Entienda pues el hombre que así como no puede decir, este cabello es mío, porque yo lo hice sin Dios, así tampoco puede decir, esta buena obra es mía, porque yo la hice sin él. Esto nos enseña el Maestro del cielo por una muy propria comparación, diciendo: Así como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no está uñido con la vid, así nadie puede hacer obra meritoria por sí mismo, si no estuviere uñido conmigo, porque sin mí ninguna cosa podéis hacer. Es también doctrina muchas veces repetida de S. Pablo, el cual dice en sus Epístolas que ni obrar, ni hablar, ni desear, ni pensar, ni comenzar, ni acabar podemos cosa que sirva para nuestra salvación, sin Dios, de quien toda nuestra suficiencia procede. Por tanto, hermano mío, todas cuantas veces en ti sintieres cualquier "buen deseo, cualquier buen propósito, cualquier gemido o pensamiento bueno, ten por cierto que esto procede de un especial tocamiento de Dios, que te quiere salvar, y te mueve a bien obrar, y así lo debes reconoscer y agradescer a cuyo es. Y no se contente el verdadero humilde con tener este conoscimiento especulativo, sino conviene que esté tan resoluto en esta verdad, como si la viese con los ojos, y palpase con las manos. Este primer grado de humildad (entre otros provechos) hace al hombre por una parte agradecido, y por otra devoto: lo primero, por lo que ha recebido, y lo segundo, por lo que ve que le falta. Y ármalo también contra el espíritu de la vanagloria y de las alabanzas humanas de tal manera que muchas veces cuando las oye, no le parece que hablan con él, sino con otro a quien aquellas alabanzas pertenecen, que es Dios.
§ II
El segundo grado de humildad es conoscer el hombre que eso que tiene de Dios (si algo tiene) no lo ganó por sola su lanza, sino por la gracia y misericordia divina. Porque algunos hay que fundados en el primer grado ya dicho, conoscen que lo que tienen es de Dios, pero dentro de sí tienen una tácita persuasión, con la cual creen que todo eso alcanzaron por sus trabajos y meresci-mientos, como sea verdad que esos mismos merescimientos no menos sean gracia de Dios que lo que por ellos se alcanza, pues está ya dicho que ni un solo pensamiento ni deseo bueno podemos tener que no sea de Dios. Y demás desto, ese mismo valor y merescimiento de nuestras obras no le tienen ellas de sí, sino de la gracia con que se hacen, la cual también es dádiva de Dios. Porque así como el valor que tiene la moneda, no lo tiene de suyo, sino del cuño con que se labra, así el mérito de nuestras obras no nasce de sola la substancia dellas, sino de la divina gracia, que les da ese valor: y así cuando por ellas se nos da algo, siempre se da una gracia por otra gracia, así como si un amigo os diese cien ducados, y después os diese un caballo por ellos, esto sería juntamente compra y gracia, lo uno, por lo que vos dais, y lo otro, por lo que os dan. Y ambas cosas significó el profeta Isaías cuando dijo: Venid y comprad sin dinero y sin alguna otra mercaduría leche y vino, que son manjar de principiantes y de perfectos. En las cuales palabras, mandándonos comprar, significó nuestra industria, y excluyendo el dinero y la mercaduría, manifestó la gracia. Lo cual todo nos declara cómo no tiene el hombre en sí de qué se gloriar, paresciéndole que por sí tiene lo que tiene, antes debe con mucha razón pensar que de sí tiene infinitos pecados con que ha merecido otros tantos infiernos, y esto es de su cosecha. Todo lo demás, si algo es, ajeno es, y dado de gracia, pues el mismo merescimiento también es gracia.
§ III
Mas no bastan estas dos cosas para que uno sea verdadero humilde. Porque muchos hay que conosciendo que todo lo bueno es de Dios y dado por gracia, todavía piensan que tienen más de lo que tienen, o que tienen más que sus vecinos, paresciéndoles que en sola su casa amanesce, y no en las de los otros, creyendo que están más desengañados que los otros, o tienen más luz, más espíritu, más discreción y más virtud que ellos, y finalmente están muy llenos de sí mismos y de su propria estimación. Y esto algunas veces les hace creer el enemigo tan de callada y por una mina tan secreta, que muchas veces los mismos que padescen el engaño, no lo entienden, antes les paresce lo contrario.
En este grado de soberbia estaba aquel fariseo del Evangelio, el cual daba gracias a Dios porque no era él como los otros hombres. Porque en decir que daba gracias a Dios, paresce que reconoscía ser de Dios todo lo que había recebido, lo cual pertenesce al primer grado de la humildad: mas faltaba al tercero, pues creía de sí que tenía lo que no tenía, y que era por esto mejor que todos los otros. Y en el mismo engaño estaba aquel miserable a quien mandó Dios decir en el Apocalipsi: Dices que eres rico y que de nada tienes necesidad, y no entiendes que eres miserable, pobre, ciego y desnudo. Tales son por cierto los que presumen de sí y piensan que son algo, porque por el mismo caso que esto piensan, merescen ser desposeídos de todo, pues ningún argumento hay más cierto para creer que uno es nada, que pensar de sí que es algo.
Pues para remedio desto se añade el tercer grado de humildad, al cual pertenesce que teniendo el hombre los ojos abiertos para ver las virtudes ajenas, sea ciego para ver las suyas, y así viva siempre con un sancto temor, con el cual están ellas más seguras. Porque aunque la hacienda temporal esté más segura cuando en más la estimáis y conoscéis, mas la espiritual por el contrario, tanto está mejor guardada, cuanto es menos conoscida.
Y por esta misma causa muchas veces este mismo Señor permite que los suyos padescan grandes 3' viles tentaciones del enemigo, porque con esta manera de lastre camina el navio más seguro. Por lo cual permite que tengan dentro de sí muchas cosas que mirar, con que deshagan la rueda de la vanidad.
§ IV
A este grado se añade el cuarto: porque no basta que el hombre conosca cuán pobre está de los verdaderos bienes, sino es necesario que conosca también cuán abastado está de verdaderos males: esto es, cuán lleno de amor proprio, de propria voluntad y de su proprio parecer, cuán vivas tiene todavía sus pasiones, y cuán enteras sus malas inclinaciones, cuán inconstante es en los buenos propósitos, y cuán fácil en la lengua, cuán descuidado en la guarda del corazón, y cuán amigo de su interese proprio y de cumplir sus apetitos, y así otras cosas desta cualidad. Conoscer esto es la más alta sciencia de cuantas hay en el mundo, y de mayor provecho, porque las otras sciencias (como dice el Apóstol) envanescen, mas sola ésta humilla. Verdad es que no basta para este conoscimiento solo nuestro ejercicio, sino es también necesaria lumbre del cielo, para que no impida la vista de nosotros mismos la niebla del amor proprio, que es muy ciego juez de quien lo tiene. Porque si es sospechoso por las leyes el juez amigo de la parte, ¿cuánto más lo será el hombre en su propria causa, siendo tan amigo de sí mismo? Pues por esto debe pedir a Dios esta luz, y pedirla con la instancia que la pedía el humilde Sant Francisco, el cual repetía muchas veces estas palabras en la oración: Dios mío, conóscate a ti, y conóscame a mí.
§ V
Y no se contente con tenerse por tan pobre y tan pecador, mas no descanse hasta tenerse por el más vil'de todos los pecadores, que es otro grado más adelante: porque (como dice un doctor) ninguna cosa te perjudicará ponerte debajo de los pies de todos, y puede hacerte daño anteponerte a solo uno. Para lo cual no veo otro mejor medio que el que usaba este mismo sancto, el cual como se reputase en su corazón y en sus palabras por el mayor de todos los pecadores, preguntado cómo podía él sustentar la verdad desta opinión, respondió que verdaderamente conoscía que si Dios levantase su mano dél, sería el peor de todos los hombres, y si por el contrario la diese al mayor de todos los pecadores como la dió a él, sería mejor que él. Y para este grado ayuda mucho considerar el hombre la muchedumbre de los beneficios que de nuestro Señor ha recebido, y de los aparejos que tiene para servirle, y juzgar de sí que no responde a lo uno ni a lo otro, ni emplea como debe los talentos y ayudas que este Señor le dió para acrescentar el caudal de las virtudes. Porque ésta es una de las consideraciones con que más se humillan los grandes sanctos, conosciendo que no sólo les han de pedir cuenta de los pecados cometidos, sino también de los beneficios recebidos, si fueron mal empleados.
Y para lo mismo ayuda también considerar las virtudes excelentes y la pureza de vida de los sanctos que agora están en el cielo, y de algunos grandes siervos de Dios que viven en la tierra (porque mientra el mundo fuere mundo, nunca han de faltar en la Iglesia personas en quien more y obre el Espíritu Sancto) y con la comparación de la pureza déstos humillarse y encogerse, viendo cuán lejos está de llegar a este grado de virtud y simplicidad. La cual consideración tanto más le aprovechará, cuanto más estimare las virtudes ajenas y despreciare las suyas, lo cual hacía el bienaventurado Sant Bernardo, de quien se escribe que siendo grande en los ojos de todos los otros, en solos los suyos era vil.
§ VI
Todos estos grados pertenescen a la humildad interior del corazón: a los cuales se debe añadir el sexto, que es de la humildad exterior, la cual ha de proceder de la interior. Porque la verdadera humildad del corazón no sólo es conoscimiento de sí mismo, sino desprecio de sí mismo, y este desprecio pertenesce que tal se muestra el hombre por de fuera, cual se estima de dentro: quiero decir, que así como se desprecia interiormente en sus mismos ojos, y se tiene por indigno de toda honra, así sea el tratamiento, el hábito, el servicio, el aparato, y la compañía, y todo lo demás, que diga con esto. Desprecie los vanos títulos, asiéntese (como el Señor dice en el lugar más bajo, no se desprecie de tratar con humildes, huelgue con los oficios humildes, acordándose que el Hijo de Dios vino a este mundo a servir y no a ser servido, y que la última manda que nos dejó en su Testamento al tiempo de la despedida, fué lavar los pies unos a otros, y que procure en este mundo ser menor el que quisiere en su reino ser mayor. Mas todo esto se entiende conforme a las reglas de discreción y prudencia, guardado el decoro que se debe a la dignidad de la persona y a la autoridad del oficio, cumpliendo siempre con todo esto, e inclinándose más a la humildad y bajeza que a la alteza, por ser esto más seguro y más contrario a la vanidad de nuestro corazón. Este postrer grado de la humildad exterior, aunque nasce de la interior (como dijimos) todavía acrescienta esa misma fuente de donde nasce, y así la una cosa se ayuda a la otra. Por lo cual dice S. Bernardo que la humiliación es camino y medio para la humildad, como la paciencia para la paz. Por tanto, si quieres (dice él) alcanzar la humildad, no huyas de los ejercicios de la humiliación, porque si no te quie res abajar y humillar, no alcanzarás la virtud de la humildad. Y aunque este abatimiento sea de gran precio en todo género de personas, pero mucho más lo es en las altas y generosas. Por lo cual dijo S. Bernardo: Puesto el hombre en lugar alto, no tener pensamientos altos, sino conversar con los humildes, cosa es muy agradable a Dios y a los hombres. Ésta es pues la filosofía y la policía de la escuela y república de Cristo, que es contraria a los nortes y filosofía del mundo.
§ VII
Pues por estos seis grados subiremos al trono del verdadero Salomón, que es la virtud de la humildad, donde está asentado este rey pacífico, como Sant Augustín lo significó por estas palabras: Notad, hermanos, este gran milagro. Alto es Dios, y si te levantas, huye de ti, y si te humillas, viene a ti. Pero muy más claro testimonio es el del profeta Isaías, que después de engrandescida la casa de la eternidad, donde mora Dios, le da otra casa muy pequeña, que es el corazón del humilde. Porque el que esta virtud tiene, ya tiene la silla aparejada para Dios y para todas las virtudes. Este tal no será amigo de su proprio parecer, no será porfiado ni intratable: siempre juzgará y condenará a sí mismo, y no los hechos de sus prójimos, porque la verdadera humildad no ve los defectos ajenos, sino los suyos. El verdadero humilde siempre desea ser despreciado, y (como dice Sant Bernardo) no quiere parecer humilde, sino vil. A todos se subjecta, a todos obedesce, a todos honra, a nadie reprehende indebidamente, no se aira, no usa de palabras ni de movimientos ni de gestos que tengan imagen de hipocrisía, no escudriña con curiosidad los secretos de Dios, no desea ver señales ni pruebas de su bondad, no es doblado ni malicioso, no confía en sí ni en sus obras, por buenas que parcscan, sino toda su esperanza pone en Dios. Las palabras, los meneos y el aspecto del verdadero humilde es manso, devoto, dulce, benigno y gracioso. Todas estas virtudes y frutos trae consigo la verdadera humildad, que para todas las cosas aprovecha. ¡Oh poderosa virtud, que así levantas a los caídos, y enriqueces los pobres, curas los enfermos, y alumbras los ciegos! Tú haces que conversando el hombre en la tierra, sea poseedor del cielo, y del abismo de los pecados le pones en las puertas del paraíso. El deseo que el Señor tuvo de que fuésemos sus amadores, le trajo del cielo a la tierra, y del seno del Padre a las entrañas de la Madre, y ponerlo en un estrecho pesebre, y después en una cruz. Entonces pudo hacer de Dios hombre, y agora puede hacer del hombre Dios.
Pues esta tan fructuosa virtud no es menos debida a Dios que la caridad, porque así como la caridad se debe a Dios por razón de su infinita bondad, así también la humildad y reverencia por su infinita majestad. La una de las cuales pide que le amemos con infinito amor (si éste nos fuese posible) y la otra, que le honremos y nos humillemos ante él con infinita reverencia. Mas porque esto no cabe en nosotros, a lo menos conviene que nos derribemos en el más profundo abismo que nos. sea posible, ante su divina Majestad.