COMENTARIO

 Mt 1,1-2,23 

San Mateo y San Lucas comienzan el evangelio con la narración de algunos episodios referentes al nacimiento y a la infancia de Jesús; enseñan así que la Buena Noticia sobre Jesucristo incluye también —junto con su muerte y resurrección, su enseñanza y actividad pública— el anuncio de su estirpe humana, y la forma enteramente singular de su nacimiento como hombre, siendo el Hijo eterno de Dios (cfr Jn 1,14). San Mateo —con el relato, y más explícitamente, con citas del Antiguo Testamento (1,23; 2,6.15.18.23)— muestra que Jesús es el Mesías descendiente de David, el Salvador en quien se han cumplido las promesas de Dios al antiguo pueblo de Israel.

Desde perspectivas diferentes, Mateo y Lucas recuerdan los mismos hechos esenciales: que Jesús es el nombre del Niño porque así lo indicó el ángel; que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, desposada con San José, pero sin que Ella hubiese conocido varón; que nació en Belén de Judá, aunque después vivió en Nazaret, etc. Mateo narra los hechos fijándose especialmente en el cometido de San José; Lucas, centrándose en la Virgen. San Mateo indica que es José quien recibe la explicación de la concepción virginal, quien acoge a su esposa, y quien pone nombre al Niño (1,18-25). Después de la marcha de los Magos, José es avisado para que tome al Niño y a su Madre y huya a Egipto. Muerto Herodes, de nuevo José recibe aviso del ángel para que vuelva a la tierra de Israel (2,1-23). No es extraño que en la Iglesia estos pasajes hayan sido fuente de la devoción al Santo Patriarca, «que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad (…). Si es verdad que la Iglesia entera es deudora de la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular» (S. Bernardino de Siena, Sermones 2).

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