COMENTARIO

 Mt 6,19-34 

Este conjunto de enseñanzas insiste nuevamente en el carácter interior y espiritual de la Ley que el Señor lleva a plenitud. El corazón del hombre anhela un tesoro en cuya posesión piensa encontrar la seguridad y la felicidad. Jesús enseña que el verdadero tesoro son las obras buenas, realizadas con rectitud de intención, que serán eternamente premiadas por Dios en el Cielo. Ahí es donde el discípulo de Cristo debe poner su corazón. Una vez más la justicia del Reino de Dios aparece como lo único importante para el hombre: quien busca cumplir la voluntad del Padre conforme a las palabras de Jesús recibirá todo lo demás por añadidura (cfr v. 33).

Dentro del conjunto, los vv. 22-23 son una joya de la enseñanza sapiencial de Jesús. Emplea la imagen del ojo como lamparilla del cuerpo al que da luz. La exégesis cristiana ha visto en ese «ojo» y esa «lámpara» la intencionalidad de nuestros actos. «Con el ojo se significa la intención. El que quiere hacer una cosa, primero la pretende: así, si tu intención es lúcida —sencilla, transparente—, es decir, encaminada a Dios, todo tu cuerpo, o sea, todas tus acciones serán lúcidas, dirigidas sinceramente al bien» (Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium Matthaei, ad loc.).

Los vv. 25-32 son una ampliación de la enseñanza sobre la actitud con la que hemos de rezar el Padrenuestro, poniendo la confianza en Dios como Padre mientras vivimos en medio de las realidades corrientes y diarias. Nos recuerdan que Dios no es alguien extraño al mundo en que vivimos: ahora mismo, alimenta a las aves del cielo (v. 26), viste a los lirios del campo con preciosos atuendos (v. 29), etc. «Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros —¡con fe recia!— de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase de Jesús, son propios de los paganos, de los hombres mundanos, de las personas que carecen de sentido sobrenatural. (…) Por la misericordia de Dios, somos hijos de ese Padre Nuestro, todo poderoso, que está en los cielos y a la vez en la intimidad del corazón; (…) tenemos todos los motivos para caminar con optimismo por esta tierra, con el alma bien desasida de esas cosas que parecen imprescindibles, ya que ¡bien sabe ese Padre vuestro qué necesitáis!, y Él proveerá» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 116).

Después (vv. 33-34), el Señor exhorta a vivir con serenidad cada jornada, eliminando preocupaciones inútiles, y buscando sobre todo el Reino de Dios y su justicia, es decir, poniendo las preocupaciones espirituales por delante de las materiales. «No dijo el Señor que no haya que sembrar, sino que no hay que andar preocupados; no que no haya que trabajar, sino que no hay que ser pusilánimes, ni dejarse abatir por las inquietudes. Sí, nos mandó que nos alimentáramos, pero no que anduviéramos angustiados por el alimento» (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum 21,3).

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