COMENTARIO
Estos versículos que cierran el discurso manifiestan la condición mesiánica de Jesús —por su modo de enseñar— y el efecto que tuvo el discurso en sus oyentes. Al mismo tiempo sirven de punto de unión con la siguiente sección en la que se narran algunos milagros de Jesús que ratifican su poder.
Algunos han pensado, con Lutero, que las exigencias éticas del Discurso de la montaña no pueden ser cumplidas por los hombres, sino que Jesucristo las predicó como un pliego de cargos contra la soberbia humana, para hacernos reconocer que somos siempre pecadores. Esta interpretación no hace justicia al texto evangélico. Jesús proclamó las enseñanzas del Discurso para que fueran cumplidas. Eso sí, no con las solas fuerzas naturales, sino con la ayuda de la gracia que Él nos conquistó. Las enseñanzas de Jesús suponen y elevan la Ley moral natural conduciéndola a su perfección, pues su fin es hacernos partícipes de la naturaleza divina: «Dios fue iluminando la naturaleza humana por etapas progresivas con la idea de asemejarla a Dios: primero se presentaron la Ley y los Profetas con todas sus prescripciones. Después vino el [que es] resplandor perfecto de la luz» (S. Gregorio de Nisa, In Cantica Canticorum commentarius 5).