COMENTARIO

 Mt 8,18-22 

Jesús, que actúa con poder curando las enfermedades, es al mismo tiempo el Mesías humilde, desechado por los de su propio pueblo. Quien quiera estar con Él tiene que «seguirle». Seguir a Jesús es ser su discípulo (cfr 19,21). Ocasionalmente las multitudes «le siguen» (4,25; 8,1; 20,29, etc.), pero los verdaderos discípulos son «los que le siguen» de modo permanente, siempre. El escriba le tiene por «Maestro» (v. 19), y el discípulo le llama «Señor» (v. 21), pero Jesús les pide a los dos que compartan su propio destino. Al escriba le advierte que la vida junto a Él es más exigente que la de las zorras y los pájaros, animales prototipo de vida agitada. El evangelista no nos dice cuál fue la decisión final del escriba, como si la trasladara al cristiano que lee las palabras de Jesús. Al discípulo le recuerda que el Reino exige una disposición radical. Así hay que entender la expresiva frase del Señor (v. 22): «Si Jesús se lo prohibió, no es porque nos mande descuidar el honor debido a quienes nos engendraron, sino para darnos a entender que nada ha de haber en nosotros más necesario que entender en las cosas del cielo, que a ellas nos hemos de entregar con todo fervor y que ni por un momento podemos diferirlas, por muy ineludible y urgente que sea lo que pudiera apartarnos de ellas» (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum 27).

«Hijo del Hombre» (v. 20). Hasta la predicación del Señor, el título de «Hijo del Hombre» no había sido entendido en toda su profundidad. Aunque podía significar simplemente «hombre», en Dn 7,14 tiene un sentido trascendente. Como título para definir la misión de Jesús, era menos comprometido con las aspiraciones judías de un Mesías terrenal; por esta causa fue preferido por el Señor para designarse a sí mismo como Mesías, sin reavivar el nacionalismo hebreo. Los Apóstoles, después de la resurrección de Jesús, acabaron de comprender que «Hijo del Hombre» equivalía precisamente a «Hijo de Dios».

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