COMENTARIO

 Mt 8,23-27 

Jesús tiene poder no sólo sobre las enfermedades, sino sobre las potencias malignas y los elementos de la naturaleza, porque es el Hijo de Dios (cfr nota a Mc 4,35-41). El relato del milagro es muy esquemático y, por eso mismo, muy revelador.

En el «evangelio eclesiástico», como a veces se denomina al de Mateo, la barca es imagen de la Iglesia: Jesús ha subido en ella, y sus «discípulos» le han seguido (v. 23). En ocasiones, la Iglesia, como la barca, tiene dificultades, pues sufre el embate de las olas, es más, vive envuelta en ellas y le parece encontrarse sola ya que Cristo duerme. Sin embargo, el problema no viene de las dificultades; es la poca fe (v. 26), el olvido de que Cristo es el Señor (v. 25), lo que puede engendrar el temor de los discípulos: «De acuerdo con estos hechos, las iglesias en las que no se mantiene en vela la palabra de Dios, hacen naufragio, no porque Cristo se entregue al sueño, sino porque está adormecido en nosotros, a causa de nuestro sueño» (S. Hilario de Poitiers, Commentarius in Mattheum 8,1). Pero ante la petición del discípulo, Jesús responde siempre: la «tempestad tan grande» (v. 24) se torna en «una gran calma» (v. 26) y los «hombres» (v. 27) se asombran ante el poder del Señor. La Iglesia, en la que está presente Cristo, es lugar seguro para la salvación. «Las olas baten contra ella, pero se mantiene firme y, aunque con frecuencia los elementos de este mundo choquen con gran fragor, ella ofrece a los agobiados el seguro puerto de salvación» (S. Ambrosio, Epistulae 2,1).

Volver a Mt 8,23-27