COMENTARIO

 Mt 9,35-38 

Con la narración del Discurso de la Montaña y de los milagros de Jesús, el evangelista ha mostrado cómo Jesús realizó el programa que se condensa en el v. 35 y que se anunciaba antes de comenzar las dos secciones, en 4,23. Un programa que se desarrollará en ámbito universal y a lo largo de la historia mediante los Apóstoles enviados a trabajar en el campo del Señor.

San Mateo anota los sentimientos de Jesús, que se conmueve al examinar la situación del pueblo en su tiempo. En esa situación ve cumplida la profecía de Ez 34, en la que Dios, por medio del profeta, increpa a los malos pastores de Israel, en sustitución de los cuales enviará al Mesías. Por eso, las palabras del evangelista dejan entrever la profundidad de los sentimientos del corazón de Jesús: «Este Corazón divino es abismo que atesora todo bien; y se precisa que en él vacíen los pobres todas sus necesidades. Es abismo de gozo en que sumergir todos nuestros pesares; es abismo de humildad, remedio de nuestro engreimiento. Es abismo de misericordia para los desgraciados y abismo de amor en que sumergir nuestra pobreza» (S. Margarita María de Alacoque, Epistula, en Liturgia de las Horas, Oficio de lecturas del 16-X).

Jesús contempla la extensión de la misión (vv. 37-38). Ahora, como en tiempos de Jesucristo, los obreros son pocos para la tarea, y Dios cuenta con nuestra oración: «Para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. (…) Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 17,3).

La obra del Señor ha sido predicar el Evangelio del Reino y acreditar su llegada mediante la curación de enfermedades y dolencias (v. 35). Enseguida, con la constitución y misión de los Doce, el evangelista mostrará que lo mismo harán los Apóstoles, que son enviados a predicar la cercanía del Reino (10,7), y están también constituidos por el Señor con potestad para curar las enfermedades y dolencias (10,1).

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