COMENTARIO

 Mt 10,1-4 

Jesús, para llevar adelante el Reino de Dios que inaugura, va a fundar un nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia. Con ese fin ahora elige, da poderes e instruye a los Doce Apóstoles, que suceden y sustituyen a los antiguos doce patriarcas de las doce tribus de Israel y que son el germen de su Iglesia. «Los envió, en primer lugar, a los hijos de Israel y luego a todos los pueblos para que, participando de su potestad, hicieran a todos los pueblos sus discípulos, los santificaran y los gobernaran, y así extendieran la Iglesia y estuvieran al servicio de ella como pastores bajo la dirección del Señor, todos los días hasta el fin del mundo» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 19).

El evangelista subraya explícitamente que la obra de los Apóstoles continúa la obra de Cristo, que les da su misma potestad de «curar todas las enfermedades y dolencias» (v. 1; 9,35). Como el Señor envió a los Apóstoles a todos los pueblos (28,19), y prometió su asistencia hasta el fin de los siglos (28,20), la Iglesia confiesa que esta potestad apostólica se ha transmitido a sus sucesores: «En orden a apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios ordenados al bien de todo el Cuerpo. Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tiendan todos libre y ordenadamente a un mismo fin y lleguen a la salvación. (…) Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles como Él mismo había sido enviado por el Padre, y quiso que los sucesores de éstos, los Obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores en su Iglesia. Pero para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de fe y de comunión» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 18).

Volver a Mt 10,1-4