COMENTARIO

 Mt 10,5-15 

En estos primeros versículos está recogida la esencia del discurso. La obra de los Apóstoles en la Iglesia será la misma obra de Cristo: su predicación sobre la cercanía del Reino de los Cielos (v. 7) es idéntica a la predicación de Jesús en el inicio de su ministerio (4,17), y sus obras de poder (v. 8) son las mismas que ha hecho Jesucristo y que se han descrito en la sección anterior (8,1-9,38): con ellas muestran que su misión es divina (cfr Is 35,5-6; 40,9; 52,7; 61,1).

Los Apóstoles son enviados «primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (v. 6). También así imitan a Jesús, que respondió con la misma frase a la mujer cananea (15,24). De esa manera se cumple el designio divino de salvación, según el cual al pueblo hebreo fueron hechas las promesas, conferida la Alianza, dada la Ley y enviados los Profetas. De este pueblo, según la carne, nacería el Mesías. Se comprende que el Mesías y el Reino de Dios debían ser anunciados en primer lugar a la casa de Israel y sólo después a los no judíos, ya que el pueblo de Israel era el medio por el que todas las demás naciones pudieran encontrarse de nuevo con Dios. El Israel renovado es el germen del nuevo pueblo de Dios: «Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyó gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta, que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. (…) Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento, en su sangre, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 9).

También los Apóstoles imitan a Jesús en el desprendimiento de los bienes (v. 9), aunque, en el contexto del mensaje central de la misión —«el Reino de los Cielos está cerca» (v. 7)—, parece que con esas indicaciones el Señor quiere transmitirles la urgencia de la misión: no deben preocuparse de nada porque el Padre les proveerá (10,29-31). Ellos tienen el tesoro de la paz (vv. 11-15) que, como enviados de Jesús, derraman sobre quienes les acogen. La paz es el don que trajo el Señor al mundo (Lc 2,14), y premio excelso para la vida del hombre sobre la tierra: «La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo» (S. León Magno, Sermo 6 in Nativitate Domini 3).

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