COMENTARIO

 Mt 12,22-37 

La curación del endemoniado ciego viene en los tres sinópticos (cfr Mc 3,22-27; Lc 11,14-23), aunque sólo San Mateo recuerda que era también «mudo» (v. 22). Unos fariseos malintencionados (v. 24) acusan a Jesús. El Señor les enseña con una argumentación práctica: se trata de una lucha entre Él y Satanás, en la que este último es vencido porque Jesús es más fuerte (v. 29). Las expulsiones de demonios que realiza son prueba de que ha comenzado el Reino de Dios y de que Satanás va siendo arrojado de sus dominios. Las palabras del v. 30 resumen toda su argumentación: o se está con Él o se está con el demonio. Una exigencia tan absoluta sólo puede mostrar la identidad divina de su Persona.

La dureza de los fariseos explica la enseñanza de Jesús sobre el pecado contra el Espíritu Santo y sobre su carácter irremisible. Este pecado (v. 32) «no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz (…); la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido “derecho a perseverar en el mal” —en cualquier pecado— y rechaza así la Redención» (S. Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, n. 46). En este sentido se dice que es irremisible.

Al final (vv. 33-37), se recogen sentencias muy expresivas. Los fariseos que le acusan no miden el valor de las palabras, pero las palabras son como las obras: ellas nos salvarán o nos condenarán. «Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2487).

Como en otras ocasiones, el Señor recuerda la existencia de las postrimerías. Ahora, concretamente, la existencia del Juicio (v. 36). Siguiendo este proceder de Cristo y de los Apóstoles, «la Iglesia tampoco puede omitir, sin grave mutilación de su mensaje esencial, una constante catequesis sobre lo que el lenguaje cristiano tradicional designa como los cuatro novísimos del hombre: muerte, juicio (particular y universal), infierno y gloria» (S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 26).

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