COMENTARIO
Esta parábola es la más larga del discurso. Viene en los tres sinópticos (Mc 4,1-20; Lc 8,4-15) y es casi el paradigma de las parábolas del Reino. Su mensaje puede compendiarse así: ¿Por qué la palabra de Jesús produce efectos tan dispares entre los oyentes? Hay que tener en cuenta que nos movemos en el misterio de la gracia que Dios concede y de la correspondencia del hombre. Hay que salvaguardar los dos aspectos: la libertad de Dios al dar la gracia y la libertad del hombre al corresponder. Los discípulos no debieron de comprender al principio la parábola. Era como pasar de la oscuridad a la luz potente. El Maestro tuvo la paciencia de ir paso a paso. La parábola resulta clara tras la explicación (vv. 18-23), y nosotros, lectores del evangelio, la podemos entender tanto en el contexto de la vida de Jesús como en el de la vida de la Iglesia. La palabra de Jesús necesita la buena acogida de los hombres. Hay quienes la oyen sin entenderla (v. 19; cfr v. 14): son sordos a Dios, como las autoridades religiosas de Israel, que han estado acechando a Jesús (cfr 11,1-12,50) y malinterpretándole. Otros son débiles o inconstantes (v. 21), como las muchedumbres que le oyeron junto al monte (5,1) o se beneficiaron de sus milagros (14,21), y, en cambio, le dejaron sólo en la hora de la prueba. Otros fallan, pero no por debilidad cuando hay que defender la palabra, sino porque la palabra del Señor no puede fructificar en una vida que no sea recta (v. 22). Pero la palabra de Dios es más poderosa que las disposiciones de los hombres, y cuando es enviada a la tierra es fecunda siempre (Is 55,10-11). La palabra de Jesús en cuanto palabra de Dios puede fructificar en mayor o menor proporción (v. 23), porque los hombres no somos iguales, pero siempre es eficaz: «Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz» (Balduino de Cantorbery, Tractatus 6).