COMENTARIO
Este Herodes, denominado «Antipas», es el mismo que aparece en la pasión (Lc 23,7ss.). Era hijo de Herodes el Grande (2,1-18) y gobernaba las regiones de Galilea y Perea. Estaba casado con una hija de un rey de Arabia aunque vivía en concubinato con Herodías. El historiador Flavio Josefo (cfr Antiquitates Iudaicae 18,116-119) proporciona otros detalles de este episodio tales como que ocurrió en la fortaleza de Maqueronte, o que la hija de Herodías se llamaba Salomé.
El evangelista pone de manifiesto la estrecha relación entre el Bautista y Jesús (vv. 1-2.12). La muerte del Bautista es como un anuncio de la de Cristo porque «el ávido dragón degustaba la cabeza del siervo, teniendo ansias de la Pasión del Señor» (S. Pedro Crisólogo, Sermones 174). Pero, desde la esperanza en Cristo, su muerte es una victoria: «¿Qué mal le ha causado su final a este hombre justo? ¿Qué ha podido hacer su muerte violenta? (…) No fue una muerte, sino una victoria lo que él recibió, no fue el fin de una vida, sino el comienzo de una mayor. Aprende a comportarte como un cristiano, y no sólo no te causará daño nada, sino que ganarás mejores recompensas» (S. Juan Crisóstomo, De Providentia 22,10).
Por contraste, la historia de los constituidos en autoridad es una acumulación de despropósitos que acaban en el asesinato del Bautista: «Danza una joven, su madre siente rebosar crueldad, entre los placeres y lascivias de los comensales se jura temerariamente, e impíamente se cumple lo jurado» (S. Agustín, Sermones 307,1). Es claro que Herodes es antiejemplo de gobernantes. La doctrina de la Iglesia enseña que no deben hacerse juramentos con ligereza, pues «la santidad del nombre divino exige no recurrir a Él por motivos fútiles» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2155). Mucho menos pueden hacerse juramentos o promesas de orden inmoral (cfr ibidem, n. 2154); y, si se han hecho, no deben cumplirse: «Es malo prometer el reino como recompensa por un baile, es cruel conceder la muerte de un profeta por mantener un juramento» (S. Ambrosio, De officiis 3,12,77).