COMENTARIO
Por segunda vez (cfr 12,38) se dirigen los fariseos a Jesús pidiéndole una señal. En el ánimo del Señor —y también del lector del evangelio— están las dos multiplicaciones de los panes que acaba de realizar (14,13-21; 15,32-39) y los milagros que hizo entre una y otra (cfr 15,29-31 y nota). Sin embargo, aquellos hombres «no le preguntaban para creer, sino para apresarlo» (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum 53,2). Por eso, la contestación del Señor es un reproche: han visto los prodigios pero no se han atrevido a preguntarse sobre su significado.
Un tanto más enigmático es el diálogo de Jesús con sus discípulos (vv. 5-12). Como otras veces, los discípulos no interpretan correctamente una frase de Jesús (vv. 5-7). De todas formas, el Señor, verdadero Maestro, enseñaba en privado a sus discípulos (vv. 8-12): «Es cierto que los Apóstoles aprendieron mucho viendo a Cristo, pero aprendieron mucho también escuchándole, pues les hablaba en un lenguaje que podían entender con sus oídos de carne, aparte de lo que les decía en lo íntimo de sus corazones mediante el Espíritu Santo» (S. Buenaventura, Sententiae 3,24,2).