COMENTARIO
Con ocasión de la insidia de unos fariseos, Jesús expone la indisolubilidad del matrimonio (cfr nota a Mc 10,1-12). El inciso del v. 9 no debe tenerse como una excepción (cfr nota a 5,17-48), ya que la ordenación del matrimonio —a la mutua entrega de los cónyuges y a la procreación y educación de los hijos— exige la indisolubilidad: «El marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades, se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 48).
Después, ante la pregunta de los discípulos, expresa el valor del celibato, no como resultado de una actitud cómoda o escéptica (v. 10), sino como don de Dios (v. 11). Así lo ha entendido la Iglesia: «La santidad de la Iglesia se fomenta también de modo especial en los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos sobresale el don precioso de la gracia divina, que el Padre concede a algunos (cfr Mt 19,11; 1 Co 7,7) para que con mayor facilidad se puedan entregar a Dios solo en la virginidad o el celibato (…). Esta perfecta continencia por el Reino de los Cielos siempre ha tenido un lugar de honor en la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como manantial peculiar de espiritual fecundidad en el mundo» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 42).
Resulta significativo que los dos motivos —el matrimonio y el celibato por el Reino de los Cielos— se enseñen en un mismo contexto: «El sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios vienen del Señor mismo. Es Él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad. La estima de la virginidad por el Reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: “Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad” (S. Juan Crisóstomo, Virg. 10,1)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1620).