COMENTARIO

 Mt 19,16-30 

Los tres primeros evangelios reseñan este episodio, pero Mateo es quien describe con más precisión el diálogo entre Jesús y el joven. Éste cumple los mandamientos (vv. 18-20) y pregunta a Jesús qué más «obras buenas» (vv. 16.20) debe hacer. Jesús, con su primera respuesta (v. 17), ya lo prepara para la exigencia final (v. 21): «No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre» (S. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 19).

En este sentido, tanto este episodio como el anterior sobre el matrimonio (cfr 19,1-12) reflejan la plenitud y la perfección de la Ley que se dan en quienes viven según el estilo de vida y doctrina de Cristo. El Señor enseña la indisolubilidad del matrimonio y exige el cumplimiento de los mandamientos; pero también pide a algunos el celibato y el desprendimiento de todos los bienes por el Reino de los Cielos.

La escena termina cuando el joven se marcha triste (v. 22). El apego a sus cosas ha prevalecido sobre la invitación de Jesús. Y, a la falta de valor para responder a la llamada del Señor con la entrega personal, le sigue la tristeza: «La tristeza es un vicio causado por el amor a sí mismo, que no es un vicio especial, sino la raíz general de todos ellos» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2,28,4 ad 1).

Tras la marcha del joven rico, Jesús expone la doctrina sobre las riquezas (cfr nota a Mc 10,23-31). Después, ante la pregunta de Pedro, explica el destino de quien ha seguido sinceramente a Cristo: seguir a Jesús supone creer en una «regeneración» (v. 28), en un nuevo nacimiento, en el que se dará un auténtico cambio en la escala de valores. Quienes ahora parecen despreciados, serán los jueces; quienes parecen el desecho, serán los primeros; todo cuanto uno entregue ahora lo encontrará multiplicado por cien.

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