COMENTARIO

 Mt 20,1-16 

La parábola viene a explicar la frase anterior (19,30); de hecho, acaba con una expresión muy semejante (20,16). En un primer contexto, parece que está referida al pueblo hebreo: Dios lo llamó a primera hora, aunque al final se ha dirigido también a los gentiles.

La parábola enseña la bondad y la misericordia de Dios, superior a los criterios de justicia humanos. Todos somos deudores de la libre disposición de la bondad divina que nos ha llamado a trabajar en su viña. Ni Dios es injusto ni nosotros debemos juzgarle. Nuestra actitud natural debe ser el agradecimiento: «Todo lo que tenemos en el alma y en el cuerpo y cuantas cosas poseemos en lo interior o en lo exterior, en lo natural y en lo espiritual, son beneficios tuyos y te engrandecen como bienhechor. (…) Y aunque uno reciba más y otro menos, todo es tuyo, y sin Ti no se puede alcanzar la menor cosa. El que recibió más no se puede gloriar de su merecimiento ni estimarse sobre los demás. (…) Pero el que recibió menos no se debe entristecer ni indignarse, ni envidiar al que tiene más. (…) Tú sabes lo que conviene dar a cada uno» (Tomás de Kempis, De imitatione Christi 3,22,2-3).

Por otra parte, resalta que lo importante es responder positivamente a la llamada divina sin importar el momento en que se produzca. Serán verdaderos discípulos los que conozcan esa bondad divina y la manifiesten con obras: «Muchas veces te preguntas por qué almas, que han tenido la dicha de conocer al verdadero Jesús desde niños, vacilan tanto en corresponder con lo mejor que poseen: su vida, su familia, sus ilusiones. Mira: tú, precisamente porque has recibido “todo” de golpe, estás obligado a mostrarte muy agradecido al Señor; como reaccionaría un ciego que recobrara la vista de repente, mientras a los demás ni siquiera se les ocurre que han de dar gracias porque ven. Pero… no es suficiente. A diario, has de ayudar a los que te rodean, para que se comporten con gratitud por su condición de hijos de Dios. Si no, no me digas que eres agradecido» (S. Josemaría Escrivá, Surco, n. 4).

Finalmente, con la actitud de aquellos hombres que parecen acusar al amo de injusticia (cfr v. 13), la parábola nos enseña a no juzgar a Dios, a aceptar sus dones y a agradecerle que haya querido contar con nosotros en su plan salvífico.

Volver a Mt 20,1-16