COMENTARIO
Jesús corrige las ambiciones e ilusiones excesivamente humanas de los Apóstoles y de la madre de los Zebedeos —Santiago el mayor y Juan— afirmando la primacía de la voluntad de Dios y de la actitud de servicio. Con un lenguaje litúrgico–sacrificial, que evoca al Siervo sufriente del profeta Isaías (Is 52,13-53,12), Nuestro Señor expresa con claridad que en Él el servicio llega hasta el ofrecimiento de su vida (v. 28). La tradición señaló cómo se cumplió este anuncio de Jesús en la vida de aquellos hermanos: «Nos preguntamos cómo los hijos de Zebedeo, es decir, Santiago y Juan, han bebido el cáliz del martirio ya que la escritura sólo cuenta que el apóstol Santiago fue decapitado por Herodes; Juan, en cambio, terminó su vida de muerte natural. Pero si leemos la historia de la Iglesia en la que se narra que también él fue colocado en una olla de aceite hirviendo para ser martirizado y que, atleta de Cristo, salió de allí para recibir la corona y fue relegado enseguida a la isla de Patmos, veremos enseguida que no se sustrajo del martirio. Juan bebió el cáliz de la confesión como lo habían bebido los tres jóvenes en el horno ardiente, aunque el perseguidor no haya derramado su sangre» (S. Jerónimo, Commentarii in Matthaeum 20,23).
Pero más allá del anuncio a los Zebedeos, las palabras del Señor son una enseñanza para todos sus discípulos (vv. 25-28). Jesucristo se presenta a Sí mismo como ejemplo que debe ser imitado por quienes ejercen la autoridad en la Iglesia. Él, que es Dios y Juez que ha de venir a juzgar al mundo (cfr Flp 2,5-11; Jn 5,22-27; Hch 10,42), no se impone, sino que nos sirve por amor hasta el punto de entregar la vida por nosotros (cfr Jn 15,13). Ésta es su forma de ser el primero. Así lo entendió San Pedro, que exhorta a los presbíteros a que apacienten el rebaño de Dios a ellos confiado, no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo (cfr 1 P 5,1-3); y San Pablo, que no estando sometido a nadie, se hace siervo de todos para ganarlos a todos (cfr 1 Co 9,19ss.; 2 Co 4,5).
La expresión «en redención por muchos» (v. 28) no debe interpretarse como una restricción de la voluntad salvífica universal de Dios. «Muchos» aquí no se contrapone a «todos» sino a «uno»: uno es el que salva y a todos se les ofrece la salvación.