COMENTARIO
A lo largo de dos capítulos, el evangelio recogerá las disputas de los jefes del pueblo con Jesús. Tal vez la purificación del Templo por parte del Señor les ha exacerbado los ánimos. Ahora los príncipes de los sacerdotes y los ancianos —los miembros laicos del Sanedrín— le piden a Jesús una prueba de la autoridad con que actúa o la clara confesión de que Él es el Mesías. Pero Jesús, que conoce la mala intención de sus interlocutores, no da una respuesta directa, y les interpone una pregunta previa sobre la misión de Juan Bautista, puesto que éste fue el «precursor», el heraldo que anunció al Mesías. El evangelista hace notar que ellos no creyeron a Juan (v. 25), pero a la luz de lo que dice Jesús en el siguiente pasaje (21,32) sabemos que ni siquiera se esforzaron por hacerlo. Se hacen así acreedores del silencio del Señor (v. 27): nada de lo que diga puede moverlos a penitencia.