COMENTARIO
Aquí, como en otros lugares del Nuevo Testamento, no debe verse una condena general de los escribas y fariseos. De hecho, al final del discurso (v. 34), el Señor habla de escribas que sufrirán los mismos rigores que Él, y en otro lugar (cfr 13,52) da por supuesta la existencia de escribas cristianos que enseñarán los misterios del Reino de los Cielos a los discípulos. Ahora bien, en su conjunto, estamos ante una dura acusación a aquellos escribas y fariseos que en su conducta se guiaban más por aparentar externamente que por vivir de acuerdo con la verdad.
El discurso consta de dos partes: la primera (vv. 1-12) está dirigida al pueblo y a sus discípulos; la segunda —los célebres «ayes» (vv. 13-32)—, a aquellos escribas y fariseos. En ambas es posible descubrir un motivo común: con sus palabras, Cristo no pretende abolir la doctrina de la Ley enseñada por escribas y fariseos (cfr vv. 3 y 23), sino purificarla y llevarla a su plenitud.
En el comienzo (vv. 1-12), se pone en contraste la conducta de escribas y fariseos con la que debe ser la de los maestros cristianos. Aquellos «dicen pero no hacen» (v. 3) y apetecen ser los primeros (v. 6); los cristianos debemos servir y humillarnos (vv. 11-12). Jesús lo ejemplifica de una manera concreta (vv. 7-10): rabbí, padre y doctor eran títulos honoríficos que se daban a quienes enseñaban la Ley de Moisés. Cuando Jesús dice a sus discípulos que no acepten estos títulos, está indicando que el cristiano debe buscar el servicio, no el honor. San Agustín lo resumía muy bien en una conocida frase: «Somos rectores y somos también siervos: presidimos, pero si servimos» (S. Agustín, Sermones 340A).
El discurso de los «ayes» (vv. 13-32) explica con pormenores las desdichadas consecuencias y las contradicciones que se han derivado de un cumplimiento meramente externo de la Ley. Dos calificativos se repiten a lo largo de estas palabras a modo de estribillo: «hipócritas» (vv. 13.15.23.25.27.29) y «ciegos» (vv. 16.24.26). Hipócrita, de por sí, significa ser actor (cfr 6,1-18); pero quien continuamente se comporta como actor corre el riesgo de convertirse en un farsante, pues la preocupación por aparentar va unida a una despreocupación por lo que uno realmente es. Esa actitud acaba por conducir a la ceguera y al sinsentido. Es lo que con un juego de palabras muy gráfico expresa Jesús con la imagen del mosquito y el camello: se preocupan de especificar la menor impureza —el mosquito, qamla, en arameo, es un animal que puede considerarse impuro (Lv 11,20-24)—, y cometen pecados mayores: el camello, gamla en arameo, es un animal enorme y declarado expresamente impuro (Lv 11,4).
El Señor nos indica el camino para no equivocarnos (v. 23): imitar a Dios en las actitudes que manifiesta hacia su pueblo: justicia, misericordia y fidelidad: «Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador. (…) La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la Ley, sino por no entenderla en un sentido material (…). Muchas veces se exhibe una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres. El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite» (S. León Magno, Sermones 92,1-2).
El discurso concluye con un lamento profético (vv. 33-36): del mismo modo que los profetas sufrieron —y murieron— por causa de la incredulidad de sus contemporáneos, también los primeros cristianos sufrirán por causa de la cerrazón de los escribas y fariseos.
Muchos manuscritos de Mateo, por influjo de Mc 12,40 y Lc 20,47, añaden (v. 14): «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el pretexto de hacer largas oraciones! Por ello recibiréis un juicio más severo».