COMENTARIO

 Mt 23,37-39 

La indignación expresada en el pasaje anterior es ahora tristeza. La entrañable exclamación de Jesús resume, de algún modo, toda la historia de la salvación y es un testimonio de la divinidad de Cristo. ¿Quién sino Dios fue el protagonista de las acciones de misericordia que jalonan la historia de Israel? La imagen de la protección bajo las alas, que ahora Jesús se aplica a sí mismo como sujeto, es frecuente en el Antiguo Testamento para aludir al amor y protección de Dios hacia su pueblo (cfr Dt 32,11; Sal 17,8; 36,8; 57,2; 61,5; 63,8). Con el recuerdo de los profetas que le ha enviado (v. 37) sugiere cuál va a ser su destino: «La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad. En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. Bernardo de Claraval acuñó la maravillosa expresión: Impassibilis est Deus, sed non incompassibilis, Dios no puede padecer, pero puede compadecer. El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús (Benedicto XVI, Spes salvi, n. 39).

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