COMENTARIO
Todo este capítulo es una aplicación práctica de la doctrina del anterior. Jesucristo, con dos parábolas —de las vírgenes y de los talentos— y con la enseñanza conclusiva acerca del Juicio Final, insiste sobre la vigilancia.
La parábola de las vírgenes necias y prudentes es un ejemplo de la llamada a estar vigilantes. El Señor dice con claridad que es una parábola que habla del Reino de los Cielos, y es la única ocasión en que la expresa en futuro (v. 1). Se refiere, por tanto, a los cristianos que han sido llamados a la Iglesia y han respondido a esa llamada. Pero no basta con esperar, también hay que actuar: «El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera —ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide— es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas, hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 57).
En la imaginación del lector se representa una de aquellas ruidosas y largas bodas orientales (cfr Jn 2,1-11). La novia, con sus parientes y amigas, espera la llegada del novio con su comitiva para ser trasladada a su propia casa. En la alegoría se descubre enseguida que el esposo representa a Jesucristo y las vírgenes a las personas invitadas a la boda, es decir, a la alianza esponsal de Dios con su Iglesia. La enseñanza es clara: no es suficiente con que estemos en la Iglesia, esperando sin más el acontecimiento definitivo; hay que mantener viva la fe y hacer buenas obras: «Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (…); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá» (S. Agustín, Sermones 93,17).