COMENTARIO
Los sucesos de la pasión de Nuestro Señor quedaron muy grabados en la memoria de sus discípulos: así se percibe en los discursos de los Apóstoles según el libro de los Hechos y en la intensidad de la narración de los cuatro evangelios. San Mateo pone de relieve dos cosas: la grandeza de Jesús ante la perfidia de sus acusadores, y el motivo por el cual sufrió todas esas afrentas: lo hizo porque Él es el Siervo doliente, anunciado por los profetas, que cargó sobre sí nuestros pecados. Los designios de Dios se cumplen en la muerte de Jesús, pero también en su resurrección. Con ella y con el mandato apostólico se inicia una nueva etapa: Jesús resucitado permanece en la Iglesia, las puertas del Cielo se han abierto y hemos de anunciar este mensaje de salvación a todos los hombres.
La pasión de Cristo es el momento de su vida más minuciosamente narrado por los cuatro evangelistas. No es de extrañar porque constituye el punto culminante de su existencia humana y de la obra de la Redención, en cuanto que es el sacrificio expiatorio que Él mismo ofrece a Dios Padre por nuestros pecados. A su vez, los sufrimientos tan tremendos de Nuestro Señor ponen de relieve, de la manera más expresiva, su amor a todos y cada uno de nosotros: «En la pasión de Cristo encontramos remedio para todos los males en los que incurrimos por nuestros pecados. Pero no es menor su utilidad como ejemplo, pues la pasión de Cristo es suficiente para dar forma perfecta a la vida cristiana. Quien desee alcanzar la perfección no tiene sino despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Él apeteció. En la cruz se dan ejemplos de todas las virtudes. Si buscas un ejemplo de amor: nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si Él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por Él. (…) Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: Él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir. Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a Aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: si por la desobediencia de uno —es decir, de Adán— todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos» (Sto. Tomás de Aquino, Expositio in Credum 4,919).