COMENTARIO

 Mt 26,6-16 

Betania (v. 6), donde residían Lázaro y sus hermanas (cfr Jn 12,1), era una aldea al este del Monte de los Olivos, en el camino de Jerusalén a Jericó. Es distinta de otra, también llamada Betania, cerca de la cual San Juan bautizaba (cfr Jn 1,28). La esplendidez de aquella mujer es criticada por los discípulos bajo pretexto de una falsa pobreza (vv. 8-10). Les pareció un derroche, pues según se lee en Jn 12,5 el perfume derramado costaba más de trescientos denarios, casi el salario de un año de un jornalero. En realidad, lo que no habían entendido los discípulos era el amor que había en el gesto de la mujer. «Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios. —Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco. —Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: opus enim bonum operata est in me —una buena obra ha hecho conmigo» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 527).

El gesto de la mujer evoca la costumbre entre la nobleza judía de embalsamar los cuerpos antes de darles sepultura, empleando ricos ungüentos y perfumes. Esta mujer se anticipa a la muerte del Señor. Y lo que de suyo era un gesto de generosidad y reconocimiento de su dignidad, se convierte además en signo profético de su muerte redentora (vv. 12-13).

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