COMENTARIO
Los cuatro evangelios relatan el episodio, aunque con variaciones, sobre todo entre los sinópticos y Juan. Los príncipes del pueblo, más tarde, acusarán a Jesús de alborotador y el título de la condena será haberse proclamado «Rey de los Judíos». Los evangelios sinópticos coinciden en señalar que la acusación contra Jesús se refería a sus palabras sobre el Templo (v. 61): «Las palabras destruid este Templo y yo lo reconstruiré en tres días (Jn 2,19) parecen estar en relación con aquellas otras, referidas por Mateo y Marcos, y que los falsos testigos pronuncian al final del evangelio contra nuestro Señor Jesucristo. Él hablaba del Templo de su cuerpo; éstos por el contrario, aplican sus palabras al Templo hecho de piedras» (Orígenes, Commentaria in Ioannem 10,37,251-252).
En el episodio contrastan las actitudes de Jesús y de Pedro. San Mateo presenta un relato ordenado de las afrentas que sufre Jesús. Primero es acusado falsamente (v. 59) y después se le incrimina con una frase sacada de contexto (v. 61). Frente a estas acusaciones el Señor callaba (v. 63). Su confesión mesiánica le vale la inculpación de blasfemo (v. 65), la condena a muerte (v. 66) y las burlas de los criados (vv. 67-68). En esa progresión el perjurio de Pedro (vv. 72.74) lo entiende el lector como una última afrenta. Pero, al final, Pedro llora (v. 75). Como en otras ocasiones, Pedro no se sostiene por su fortaleza, sino por su contrición: «El santo David hizo penitencia de sus mortíferos crímenes y se mantuvo en su jerarquía. El bienaventurado Pedro, cuando derramó lágrimas amargas, se arrepintió de haber negado al Señor y siguió siendo apóstol» (S. Agustín, Epistolae 185,10,45).
Sin embargo, como en tantas ocasiones, el evangelio es paradójico. La imagen que utiliza Jesús (v. 64) evoca el Juicio Final (cfr 24,30; 25,31); el que ahora es juzgado, será quien juzgará después.