COMENTARIO
Mateo subraya el rechazo del Mesías por parte de Israel. La narración incluye varias escenas que destacan la dignidad de Jesús y la condena injusta.
Llevan «a Jesús ante el procurador» (v. 11). Judea se encontraba entonces bajo la autoridad de un procurador o prefecto. Aunque éste dependía del legado romano de Siria, tenía el ius gladii o potestad para condenar a muerte a un reo. Comienzan las acusaciones de los príncipes de los sacerdotes y la invitación de Pilato a defenderse. Pero Jesús calla (vv. 12.14); como había anunciado Isaías (Is 53,7) a propósito del Siervo doliente, «fue maltratado y él se dejó humillar, no abrió la boca; como cordero llevado al matadero, y como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió su boca». Y comenta San Efrén el gesto elocuente del silencio: «Él hablaba para enseñar, pero guardó silencio ante el tribunal. (…) Las palabras de sus calumniadores eran como una corona redentora sobre su cabeza. Su silencio era tal que, callando, todos aquellos clamores hacían más hermosa la corona» (Commentarii in Diatessaron 20,16).
A continuación viene una doble exculpación de Jesús: el intento de Pilato de liberarle (v. 18) y la intercesión de la mujer de Pilato que tiene a Jesús por «justo» (v. 19). El gobernador, desde su perspectiva de hombre político, intuye que todo aquel asunto es ajeno a su competencia. Jesús es inocente (v. 18), pero los judíos están soliviantados. Y busca, cobarde, el camino de las negociaciones y de las concesiones con la praxis del indulto de gracia pascual. No da resultado; las incitaciones de los príncipes de los sacerdotes (v. 20) son seguidas por la multitud que pide la crucifixión de Jesús: «Es duro leer, en los Santos Evangelios, la pregunta de Pilato: “¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que se llama Cristo?” —Es más penoso oír la respuesta: “¡A Barrabás!” —Y más terrible todavía darme cuenta de que ¡muchas veces!, al apartarme del camino, he dicho también “¡a Barrabás!”, y he añadido “¿a Cristo?… —¡Crucifige eum! —¡Crucifícalo!”» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 296).
Se llega así a la escena central. Pilato se lava las manos, un gesto de claro significado (v. 24; cfr Dt 21,6-8). De esa manera imputa al pueblo la responsabilidad de la muerte de Jesús. La respuesta del pueblo (v. 25) ha de entenderse en sentido teológico, es decir, como rechazo al Mesías, por lo cual Dios da su viña a otro pueblo que produzca frutos dignos (cfr 21,43): «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy. (…) No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos, como si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura» (Conc. Vaticano II, Nostra aetate, n. 4).
Finalmente Jesús es flagelado y entregado (v. 26). La flagelación que sufre Jesús es la romana, llamada verberatio. Se aplicaba sólo a esclavos y soldados rebeldes. Se practicaba con el flagrum, flagelo, azote. Era tan dura que a veces causaba la muerte.