COMENTARIO
La legislación judía prescribía que el cuerpo de los ejecutados y colgados fuera enterrado antes de terminar el día, porque un colgado es una maldición de Dios y su cadáver mancha la tierra (Dt 21,22-23). En el caso de Jesús se añadía la coincidencia de que se había ejecutado en la víspera del sábado, que quizá era la Pascua según el calendario saduceo. Todo ello explica la prisa de las autoridades judías en la petición a Pilato. «Parasceve», palabra griega, significa «preparación» (cfr Lc 23,54). Se denominaba así el día en que se preparaba lo necesario para el sábado, jornada en la que no se podía trabajar por estar consagrada a Dios. El término también se podía referir al día anterior a una gran fiesta de carácter sabático, como por ejemplo la Pascua (cfr Jn 19,14).
«En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros pecados” (1 Co 15,3), sino también que “gustase de la muerte”, es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 624). San Mateo, con unas indicaciones —el sepulcro nuevo y la gran piedra (v. 60), el sello y la guardia (v. 66)— señala la verdadera muerte de Cristo y lo infundado de una calumnia que se divulgó en aquel tiempo (cfr 28,15).