COMENTARIO
Junto a los grupos y personas señalados antes —muchedumbres, discípulos, y también espíritus inmundos— el evangelio presentará a continuación a otros: los Doce, los escribas y fariseos, los parientes de Jesús, su Madre, etc. (3,13-35). Cada uno de ellos se caracteriza por su reacción ante el Señor. El evangelista subraya de manera especial el grupo de los Doce (v. 14). Que Jesús elija precisamente doce Apóstoles tiene un profundo significado. Su número corresponde al de los doce patriarcas, origen de las doce tribus de Israel: los Apóstoles representan al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia fundada por Cristo (cfr nota a Mt 10,1-4).
El evangelio señala unos rasgos de estos Doce que son los que convienen al discípulo de Cristo. En primer lugar, el origen del discipulado es una llamada voluntaria y gratuita de parte del Señor, a la que el elegido responde con prontitud (v. 13; cfr 1,17-20; 2,13-14): «No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia. La llamada a cumplir la Voluntad de Dios —también la vocación— es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamamiento… —Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirle fue todo uno» (S. Josemaría Escrivá, Forja, n. 6). En segundo lugar, la llamada comporta una posición en la vida: el apóstol es «constituido» (v. 14), como lo eran, por ejemplo, los sacerdotes elegidos por Dios en el Antiguo Testamento (cfr Nm 3,3). En tercer lugar, es característica primordial del discípulo «estar con Jesucristo» (v. 14), porque «siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 864). En cuarto lugar, el discípulo es llamado para ser enviado (v. 14; cfr 1,16-18; 16,20) a reiterar las acciones de su maestro, es decir, «predicar» (v. 14; cfr 1,14.38.39; 2,2) «con potestad» (v. 15; 1,22.27; 2,10): «Aquellos bienaventurados discípulos fueron columnas y fundamento de la verdad; de ellos afirma el Señor que los envía como el Padre lo ha enviado a Él. Con esas palabras, al mismo tiempo que muestra la dignidad del apostolado y la gloria incomparable de la potestad que les ha sido conferida, insinúa también, según parece, cuál ha de ser su estilo de obrar. (…) Su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad sino la de Aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de Él han recibido» (S. Cirilo de Alejandría, Commentarium in Ioannem 12,1).