COMENTARIO

 Mc 3,22-30 

Peor que lo que piensan los parientes de Jesús es la acusación de los escribas bajados de Jerusalén. Ellos reconocen el poder de Jesús sobre los demonios, pero llegan a imputar al diablo lo que son obras de Dios (v. 22). Jesús explica, con unas comparaciones (vv. 23-27), el contrasentido de la acusación. En el razonamiento del Señor hay unas indicaciones muy sutiles: con su llegada al mundo, hay un conflicto entre dos reinos, el de Satanás y el Reino de Dios. Por tanto, si Satanás ha sido vencido por Jesús (cfr 1,24-27.34.39; 3,11-12) es imposible que Jesús tenga algo que ver con Satanás (vv. 24-26). Ciertamente, Satanás es fuerte, pero Jesús es más fuerte (v. 27).

Al final (vv. 28-30), ante la ceguera de sus corazones, Jesús, que había mostrado su misericordia perdonando a los pecadores y comiendo con ellos, advierte cuán difícil será el perdón para quienes voluntariamente se cierran al conocimiento de la verdad. En esa actitud consiste precisamente la gravedad especial de la blasfemia contra el Espíritu Santo: atribuir a Satanás las obras de bondad realizadas por el mismo Dios. Quien actuara así vendría a ser como un enfermo que, en el colmo de su desconfianza, repeliera al médico como a un enemigo, y rechazara como un veneno la medicina que le podría salvar. Por eso dice Nuestro Señor que el que blasfema contra el Espíritu Santo no tendrá perdón: no porque Dios no pueda perdonar todos los pecados, sino porque ese hombre, en su obcecación frente a Dios, rechaza y desprecia las gracias del Espíritu Santo (cfr nota a Mt 12,22-37).

Volver a Mc 3,22-30