COMENTARIO

 Mc 5,1-20 

Gerasa estaba en la Decápolis, región de paganos de origen griego y sirio (cfr nota a Mt 8,28-34). Prueba de ello es la presencia de una piara de cerdos cuya crianza y comida estaba prohibida a los judíos (Lv 11,7; Dt 14,8). Pero la misión de Jesús no se limita a los hijos de Israel, se extiende a toda la tierra, rompe todas las barreras, porque le interesan todas las almas.

Por eso, en las palabras finales de Cristo se desvela el sentido más importante del acontecimiento: aquel hombre curado debe anunciar en esa región de paganos que la «misericordia» del Señor también les alcanza a los que allí habitan (vv. 19-20): «Quienes han encontrado a Cristo no pueden cerrarse en su ambiente: ¡triste cosa sería ese empequeñecimiento! Han de abrirse en abanico para llegar a todas las almas. Cada uno ha de crear —y de ensanchar— un círculo de amigos, sobre el que influya con su prestigio profesional, con su conducta, con su amistad, procurando que Cristo influya por medio de ese prestigio profesional, de esa conducta, de esa amistad» (S. Josemaría Escrivá, Surco, n. 193).

La narración está llena de viveza. El endemoniado viene descrito con trazos negativos: vive como los animales, fuera de los lugares civilizados, en los sepulcros que le hacen impuro (vv. 2-4); el demonio le había quitado a aquel hombre cualquier resto de humanidad. Pero ahora tiene que enfrentarse con Jesús, que es más fuerte que él (3,27) y que ya le ha vencido desde el inicio de su ministerio (1,21-28). El episodio se muestra así como un exorcismo donde el diálogo de Jesús con el endemoniado muestra la grandeza del Señor: un demonio capaz de dominar más de dos mil cerdos, se ve obligado a confesar su nombre ante Jesús (v. 9) y a suplicarle, por dos veces y con insistencia (vv. 10-11), que le permita quedarse allí con los cerdos. Jesús se lo permite, porque lo que le interesa es el hombre. Y en efecto, el hombre recupera su dignidad y se queda «vestido y en su sano juicio» (v. 15), en su casa, con los suyos (v. 19). Así explicaba San Jerónimo el exorcismo: «Es como si dijera: Sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: Sal de este hombre. De este hombre, es decir, de este animal racional. Sal de este hombre, de esta morada preparada para mí. El Señor desea su casa» (Commentarium in Marcum 2).

Al final se narra la distinta reacción ante el prodigio por parte del que había sido curado y de los habitantes del país: los demonios le habían suplicado a Jesús que no los expulsara fuera de la región (v. 10) y aquellos hombres le rogaban «que se alejase de su región» (v. 17). Han tenido cerca al Señor, han podido ver sus poderes divinos, pero han preferido quedarse como antes, se han cerrado sobre sí mismos. Cristo ha pasado junto a ellos, brindándoles su gracia, pero no han correspondido y le rechazan. Por el contrario, el que fue librado del demonio quiere quedarse junto a Él y seguirle. Jesús no le admite, pero le da un encargo: debe quedarse en su tierra y anunciar lo que «el Señor ha hecho» con él (v. 19). Pero aquel hombre hizo algo más ya que comenzó a proclamar «lo que Jesús había hecho con él» (v. 20). Es una manera de sugerir la divinidad de Jesús y de ver en Él la misericordia de Dios.

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