COMENTARIO
La escena recoge la enseñanza de Jesús sobre la verdadera conducta moral en tres contextos distintos: una controversia con los fariseos venidos de Jerusalén (vv. 1-13), la posterior enseñanza a la muchedumbre (vv. 14-15) y, como tantas otras veces (cfr 4,10-20.34; 9,28-29; etc.), una explicación particular a sus discípulos (vv. 17-23).
Los escribas venidos de Jerusalén hacen a Jesús responsable de una acción que realizan sus discípulos: omitir los ritos de purificación (v. 5). San Marcos, contando con los lectores no judíos de su evangelio, se detiene en explicar la pregunta insidiosa de los fariseos (vv. 3-5). La Antigua Ley (cfr Ex 30,17ss.) prescribía unos determinados ritos que significaban la pureza moral con la que había que acercarse a Dios; la tradición judía los había ampliado a otros ámbitos —como las comidas— para dar significación religiosa a todas las acciones. De esta forma la pureza exterior era muestra de la pureza interior. Sin embargo, en tiempos de Cristo, en algunos lugares —probablemente entre los escribas de Jerusalén aquí mencionados— el legalismo de las normas rituales establecidas por tradición humana, mediante sentencias de los rabinos, había ahogado el verdadero sentido del culto a Dios. Jesús denuncia esa actitud sirviéndose de un texto de Isaías (Is 29,13) y proponiendo un ejemplo en el que la tradición humana había acabado por ser una excusa para no sujetarse a un mandato divino (vv. 8-13).
En un segundo momento, el Señor expone a la muchedumbre la doctrina sobre la verdadera pureza. Lo hace mediante una comparación entre el alimento y la decisión humana libre: «Algunos piensan que los malos pensamientos se deben al diablo y que no tienen su origen en la propia voluntad. Es verdad que el diablo puede ser colaborador e instigador de los malos pensamientos, pero no es su autor» (S. Beda, In Marci Evangelium 2,7,20-21). cfr nota a Mt 15,1-20.
Sus discípulos le preguntan después sobre el sentido de aquella «parábola» (v. 17). El contenido esencial de la enseñanza viene dado en un tercer momento (v. 19): Cristo, intérprete auténtico de la Ley y Señor de ella, declaró «puros» todos los alimentos. La doctrina es profunda: el origen del pecado y de la mancha moral no hay que buscarlo en lo creado, pues Dios, tras crear todas las cosas, vio que eran buenas (cfr Gn 1,31), sino en el corazón del hombre que, después del pecado original, fue «mudado en peor» y se ve sometido a los asaltos de la concupiscencia. Con esto no se enseña que el hombre no puede vencer (Gn 4,7), pero sí que necesita luchar (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1707).
Algunos códices añaden el v. 16: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».