COMENTARIO

 Mt 15,1-20 

Los dos primeros evangelios (cfr nota a Mc 7,1-23) narran este episodio que tanta trascendencia tuvo en la conducta de los primeros cristianos respecto de las leyes de los escribas y fariseos. Cristo explica que en muchos casos tales tradiciones han llegado a anular (v. 6) el mandato de Dios; por tanto, en esos casos no deben seguirse (v. 14).

Nuestro Señor proclama el verdadero sentido de los preceptos morales. El error de algunos escribas consistía en poner la atención exclusivamente en lo externo y abandonar la pureza interior o del corazón. Por ejemplo, a sus ojos la oración consistía más en la recitación exacta de una fórmula, de unas palabras, que en la elevación del alma a Dios (cfr 6,5-6). Igual sucedía con otras prescripciones: «En el evangelio el Señor declara el mandamiento de la Ley: Honra a tu padre y a tu madre, que ha de entenderse no en el sonido de las palabras, que pueden, con una vana adulación, burlar la indigencia de los padres» (S. Jerónimo, Epistulae 123,5).

Con sus palabras (v. 19), Jesús nos enseña dónde está el verdadero centro de la vida moral: en la decisión interior del hombre. Los dos últimos preceptos del Decálogo inciden en este mismo asunto: la lucha sincera contra los pecados internos —los malos pensamientos, los odios, los rencores, los deseos impuros, etc.— es necesaria para tener una conciencia recta y para que esas faltas no degeneren en pecados externos. El pasaje recuerda la sexta bienaventuranza (cfr 5,8), que invita a la limpieza de corazón para ver a Dios: «Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2518).

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