COMENTARIO

 Mc 9,14-29 

Con el milagro y la posterior explicación (vv. 28-29), Jesucristo nos enseña la necesidad de la oración hecha con fe inconmovible. El diálogo con el padre del muchacho muestra la divina pedagogía de Cristo para conducir a aquel hombre a la oración confiada. A la fe imperfecta (v. 22), el Señor contesta con un lamento —literalmente, en el texto original griego, «¡El “si puedes…”!» (v. 23), como si Jesús contestara: «¡Otro que dice: “si puedes…”!»—. Pero ese lamento es ya un diálogo, una invitación que conduce al padre del muchacho a una oración que es ya expresión de fe verdadera: «¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!» (v. 24): «Si falta la fe perece la oración, pues ¿quién pide lo que no cree? Creamos, pues, para poder orar, y oremos para que no desfallezca la fe con la que oramos. La fe hace manar la oración, y ésta, una vez que ha brotado, alcanza la firmeza de la fe» (S. Agustín, Sermones 115,1).

Después (vv. 28-29), en una escena habitual en San Marcos, se nos presenta la instrucción de Jesús a sus discípulos en privado. La respuesta de Jesús (v. 29) sirve también como una enseñanza para el futuro: ahora las gentes pueden acudir a Él como remedio, pero cuando ya no esté entre ellos deberán recurrir a la oración: «Al enseñar el Señor a los Apóstoles cómo debe ser expulsado este demonio tan maligno, nos enseña a todos cómo hemos de vivir, y que la oración es el medio de que hemos de valernos para superar hasta las mayores tentaciones de los espíritus inmundos o de los hombres» (S. Beda, In Marci Evangelium, ad loc.).

Volver a Mc 9,14-29